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La cencerrada trágica de 1611

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Mar
21

Durante siglos ha sido objeto de burla que un viudo contrajera nuevas nupcias, por ello los matrimonios muchas veces eran celebrados casi de manera clandestina para evitar la cencerrada, barullo ruidoso con el que los mozos del lugar hacían sonar por las calles instrumentos de percusión como esquilas, o de viento al soplar cuernos vacíos mientras recitaban versos chuscos. Es lo que ocurrió precisamente en Burgui la noche del domingo 24 de julio de 1611.

 

Amonestaciones y ronda

Aquel día en la misa mayor se leyeron las amonestaciones previas al matrimonio de Sebastián Pérez, viudo, de unos 37 años de edad, quien quería casarse con Graciana Íñiguez, también viuda y de 33. Enterados de ello, con la anochecida, siete mozos del pueblo formaron cuadrilla para dar una cencerrada que terminó con consecuencias trágicas, ya que el novio recibió una fuerte pedrada en la frente y falleció pocos días después, tras indisponerse durante el banquete de otra boda.

Los datos del suceso se guardan en un documento de la sección de Procesos judiciales en el Archivo General de Navarra y la causa fue instruida por el secretario Pedro Zunzarren.

Los implicados

En aquellas fechas Pedro Glaría era el alcalde, que entonces comportaba también ser juez local. De sus pesquisas se deduce que Pascual Baines (hijo de Bertol Baines), Juan Ledea (hijo de Miguel Ledea), Miguel Bronte (hijo de María Galech, viuda), Gregorio Camín (hijo de Juan Camín), José y Miguel Gorría (hijos de Juan Gorría) y Domingo Gorría estuvieron implicados en los hechos y en un primer momento fueron conducidos a la cárcel de Burgui. Por la época las dependencias municipales disponían de calabozo.

Las investigaciones las realizó el alcalde en persona, ayudado por el escribano Miguel Ros, dado que el fiscal sustituto del valle de Roncal, García Galech, presentó acusación formal ya que en un primer momento los hechos fueron calificados de “medio homicidio”, cuando hoy hablaríamos de un delito de lesiones.

La pedrada

En su declaración Sebastián Pérez manifestó no saber quienes habían sido los participantes en la cencerrada, ni el autor del que partió la pedrada.

Nuestro protagonista vivía en “una rinconada y fuera de las calles”. Al escuchar el barullo “le pareció ser afrenta y salió de la casa a la puerta para decirles, como les dijo, que se retirasen de la puerta y se fuesen por las calles con Dios de allí”.

No pudo determinar si eran cinco o seis los participantes y él “estaba arrimado a las paredes y por ser tan noche no los pudo conocer quienes eran, mas solo les dijo que se fueran de ahí y sin otra ocasión ninguna le comenzaron a arrojar de pedradas y le acertaron con una en la cabeza y como se vio herido y de la mucha sangre fue tras ellos un poco y como iban los unos por una parte y los otros por otra corriendo por ello volvió a su casa y se echó en la cama sintiéndose malherido”, manifestó. Por la mañana le atendió el barbero Juan Pérez (por la época eran también sangradores y sacamuelas) y Sebastián sufrió un desmayo.

Edades de los acusados

En las declaraciones consta que Gregorio Camín tenía 15 años de edad, Juan Ledea 16 (quien añade que el primero en tirar una piedra fue Sebastián Pérez), Pascual Baines contaba 21, Domingo Gorría 20, Miguel Bronte 22, en tanto que José y Miguel Gorría tenían 16 años.

El alcalde condenó a Pascual Baines y Domingo Gorría con pena de “medio homicidio” y además, junto con Miguel Bronte, José Gorría, Miguel Gorría, Juan Ledea y Gregorio Camín “en todas las costas que se han hecho por causa de la dicha herida por haber sido todos ellos cómplices y camaradas y las paguen igualmente”, firmado el 28 de julio de 1611.

Fallecimiento el 17 de agosto

Cuando el asunto parecía resuelto desde el punto de vista judicial, el 7 de agosto sufrió un giro al indisponerse repentinamente Sebastián Pérez. El desfallecimiento previo a la muerte, que tuvo lugar diez días después, ocurrió durante el banquete de la boda de un cuñado.

Tras el desmayo, para mayor averiguación, el alcalde pidió declaración a dos cirujanos famosos, llamados Pedro García y Domingo San Martín, “para que viesen y reconociesen a Sebastián, que ratifican que la cura iba bien y la herida está situada en la frente, junto a los cabellos y que no tiene calentura y que el desmayo no procede de la herida sino de humores fríos en la cabeza y que a su parecer es de mal de gota porque le ha llegado dos veces con temblores”.

En el lecho de muerte acompañaron a Sebastián Pérez los vecinos Martín Sanz, de 50 años y Domingo Urdaspal, de 54, quien se encontraba “ trillando en las eras” cuando fue avisado.

Presos y hambrientos

Ante la posibilidad de que la muerte se hubiese debido a la pedrada, pese a los informes cirujanos, parte de los encausados fueron trasladados presos a las cárceles reales de Pamplona.

En concreto, “por la información que se envió a la Corte Mayor del reino van presos a las cárceles reales Pascual Baines, Juan Ledea, Miguel Bronte y Domingo Gorría”, mientras que “están ausentados Gregorio Camín y Miguel Gorría” -se habían ido del pueblo-, en tanto que “José Gorría está retirado en la iglesia parroquial”, lo que significa que se acogió a sagrado y mientras permaneciese allí no podía ser detenido por la autoridad civil. Fueron asignados como sus fiadores Juan Camín, Domingo Pérez, Pascual Ustés y Juan Gorría.

Los presos lo pasaron bastante mal dado que “Domingo y Miguel Gorría, hermanos, dicen que están padeciendo de hambre por no tener padres y ser las madres tan pobres que viven de limosna, de que siendo necesario darán información, y de que el tiempo que están presos se han sustentado de limosna que buena gente les han dado y si no se les da de comer como a pobres de solemnidad, han de morir de hambre”. Terminaban por suplicar al rey “que el receptor de penas les dé de comer como a pobres de solemnidad”.

El proceso, que quedó finalmente pendiente sin sentencia, no cuenta cuanto tiempo permanecieron encarcelados. Triste fin de una noche que pretendió ser divertida a costa de un viudo.

Golondrinas, del Rosario a la alpargata

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Sep
22

Cinco misterios desgranados cuenta a cuenta, y las letanías rematadas cada una de ellas con la cantinela repetitiva del ora pro nobis; eso era, y es, el rezo del rosario, una oración que el 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, adquiría en la iglesia parroquial de Burgui una solemnidad especial. Finalizaba esta oración con el rezo de la Salve, recitada unas veces, cantada otras, preferiblemente en latín, con todas las vecinas y vecinos mirando fijamente a la imagen mariana que, bajo la advocación del Rosario, ese día presidía esta oración colectiva.

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Finalizado este solemne momento, en los bancos ocupados por las niñas, se daba paso a otro momento no tan solemne, pero tremendamente emotivo. Era el momento de iniciar las despedidas. Sí, las despedidas. Ese día, ¡ese momento!, finalizado el rosario, era el elegido por las niñas adolescentes de Burgui para salir valle arriba con el objetivo de pasar al otro lado del Pirineo para ganarse allí la vida, durante el invierno, en la fabricación de alpargatas. Atrás quedaba la época estival, las semanas de trabajo en Sasi o los Sotos, las tareas de las hierbas, la ayuda doméstica en casa… atrás quedaba una etapa de trabajo, y otra por delante.

Los equipajes habían quedado preparados; algo liviano, cuatro ropas de abrigo, algo de calzado y la consabida foto de unos padres, debidamente enmarcada, a los que querían tener bien presentes en sus recuerdos. Y el invierno por delante, tan duro a un lado como al otro. El invierno del Pirineo.

En la plaza esperaban algunos hombres con las caballerías preparadas, bien cargadas con los hatillos sobre los bastes, dispuestos a acompañar su marcha hasta la muga, hasta el “cerro de las latas” en Arrakogoiti. A partir de allí no procedía aventurarse ellos sin un salvoconducto que justificase su paso por la frontera.

GRUPO DE GOLONDRINAS EN UNA FABRICA DE ALPARGATAS DE MAULE (MAULEON) A PRINCIPIOS DE SIGLO. CEDIDA POR LA ASOCIACION TXURI BELTZEAN

Se atiborraba la plaza. Burgui era pueblo pequeño, es decir, todos eran parientes, o al menos esa era la sensación. Allí estaban para decirles adiós. Algunas veces se incorporaban aquí algunas mozas de Salvatierra, incluso de Sigüés, hijas también de la necesidad. Allí estaban madres y hermanas, también los hombres, pero mucho menos dados a exteriorizar su angustia y sus emociones. Ellas, risueñas, exhibiendo juventud, todas amigas, vestidas de negro con saya y corpiño, dispuestas a ganarse el jornal, aun sabiendo que a su regreso no podían pasar divisas, que tendrían que convertirlas en telas, bordados, mantelerías, bisutería… con la obligatoriedad de declarar todo ello en la aduana; o, en algunos casos, pasar las mercancías o las divisas de forma clandestina a través de sus parientes que, haciendo de la noche su cómplice, cargaban las mulas para conducirlas desde el otro lado por caminos no vigilados, anticipando y anunciando así la llegada de ellas en su regreso primaveral.

Y las caballerías, con ellas sobre su lomo, iniciaban su marcha por el Camino Real mientras unos y otros agitaban los pañuelos como mejor forma de decirse adiós. Lágrimas escondidas, emociones ocultas, incertidumbre… y ellas alejándose valle arriba mientras los cascos herrados pasaban a convertirse en el único hilo musical. Sin volver la vista atrás. Las campanas de la iglesia eran su última referencia sonora de Burgui. Tenían horas por delante para ir rumiando en su cabeza los consejos de la madre: Escríbenos unas letras para hacernos saber que has llegado con bien… ¡Abrígate los pies!… No os separéis las del pueblo… Que vean que sois trabajadoras… Vete haciéndole allí un hueco a tu hermana… No dejéis de ir a la iglesia… Sabían que iban a añorar a la familia, que el paso de las semanas daría paso a la nostalgia. En algunas familias, como en casa Lupercio, todas sus hijas (Gerónima, Aleja, Eugenia y María) llegaron a partir hacia Mauleón para trabajar en fábricas de alpargatas.

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En el cruce de Vidángoz se sumaba alguna más. Lo mismo en el de Garde, y en Roncal, Urzainqui… Desde Isaba era una larga caravana la que partía hacia Belagua con destino a la Venta de Arrako, primera noche fuera de casa. Allí se juntaban con las ansotanas y con las de Fago, que habían tenido una travesía bastante más dura, subiendo desde Ansó hasta Punta Idoya, y por Berrueta a coger el paso entre la primera y segunda peña de Ezkaurre, Ezkaurri que decían ellas; y por ese angosto paso, también llamado “Paso del Oso”, bajaban a Belabarce, atravesando ese valle buscando la línea recta hacia Arrako, forzando así la salida a Belagua por Maze.

Eran sus últimas horas de estar juntas, allí, al calor del fuego de la cocina de la venta. Era también, para las roncalesas, su despedida del valle. Alumbradas por algún candil de aceite tratarían de robarle horas al sueño a pesar del cansancio, no había otra oportunidad de estar juntas, de ponerse al día de dimes y diretes, de escuchar confidencias amorosas… Y al amanecer, después de un buen desayuno, después de despedirse de Nuestra Señora de Arrako en la misma ermita que a algunas de ellas les había servido de cobijo esa noche, iniciaban el verdadero ascenso, ¡eso sí que era subir!, ¡y contentas de que no hubiesen caído ya las primeras nieves!. La larga caravana enfilaba hacia Juan Pito, y desde allí hacia Arrakogoiti. Era el momento de separarse. Las menos, por la falda de Lákora y el collado de Eraiz, buscaban el collado de Ernaz para bajar desde la Piedra de San Martín hacia Arette, Olorón… Las más, por el propio collado de Arrakogoiti, entre Lakartxela y Bimbalet, iniciaban su descenso hacia Santa Engracia, no sin antes haber despedido a sus familiares y a las caballerías que en ese mismo punto saldrían a su encuentro en la primavera. Y ellas solas, con sus largos faldones, con su hatillo en la mano, por Venta Dominica, por la Caserna, bajaban hasta Santa Engracia y enfilaban hacia Mauleón, o hacia donde le tocase a cada una. Mayoritariamente iban a las fábricas de Mauleón. Por aquellos caminos, o ya en el propio destino, las roncalesas y las ansotanas se juntaban con las salacencas que habían empleado los caminos tradicionales que el Salazar tiene con Zuberoa.

Las calles de Maule (Mauleón) vivían esos días una animación especial. Se notaba en las tabernas, en las tiendas, en las calles. Lo primero era asegurarse el alojamiento, ya apalabrado de antemano. Y lo segundo era dar vida y producción a aquellas florecientes fábricas de alpargatas. Unas más modernas que otras, en unas se trabajaba en serie sobre una larga mesa, y en otras se mantenía el sistema tradicional de antaño, es decir, el trabajo individual sobre banco de alpargatero. Había que manejar el cáñamo, el yute, la lona, aguja y lezna… había que hacer y coser las suelas, montar empeines y taloneras de lona, coser con arte y con rapidez, sin apenas tiempo al ocio… Eran seis meses de duro trabajo, seis meses manteniendo en su cota más alta a las afamadas espardiñas de Mauleón.

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Buscaban tiempo para escribir a casa y contarles como les iba; buscaban tiempo para el paseo, ocasionalmente para el cortejo con algún mozo, imposible olvidar el ambiente navideño, todas juntas, lejos de sus familias, constituyendo ellas una gran familia especialmente en esas fechas. Y trabajar, y trabajar, y trabajar… Entre puntada y puntada dejaban volar muchas veces la imaginación y se veían paseando por la calle Mayor de Burgui, o asomadas al pretil del puente, o por Karkarutxea, o jugando en los Cuatro Arbolicos, o viendo pasar al “obispo” con toda su comitiva de pedigüeños… Pero su realidad estaba allí, entre aquellas paredes, entre aquellas familias que les acogían, entre aquellos mozos que les rondaban.

Finalmente llegaba la primavera, era el momento de las últimas puntadas, del final de la temporada. Era el momento de cobrar un buen puñado de francos, predestinados a ser requisados en la aduana si no los convertían en productos y mercancías. Era el momento de comprarse buenas telas, buena pasamanería para sus trajes de roncalesas, buenos relojes, chocolate… “Salimos el día 30” habían anunciado discretamente en una carta; y padres y hermanos pasaban de noche la muga y les aguardaban en el bosque para hacerse cargo de todas las mercancías, dejándoles únicamente un pequeño equipaje. Y era así como dejaban atrás Mauleón, y a sus amigas, y a sus familias adoptivas, y arriban les aguardaban los guardias que revisaban sus equipajes y se asombraban de lo poco que tenían para declarar. “Ha sido mal año”, se justificaban, y mientras tanto, por la peña de los Buitres, por la falda de Lakartxela, a veces por Roizu o por Mintxaturrea, por Ardibidegainea, la noche era testigo de aquellas caravanas de mulas que evadían aduanas y tricornios, para que el dinero ganado por hijas y hermanas no mermase en beneficio del Estado o de no se sabe quien.

Y allá, al final del valle, o al principio, según se mire, estaba Burgui. Aquellas campanas que meses antes habían sido el último sonido que de su pueblo habían escuchado, eran ahora el primero. Las hermanas pequeñas, los novios, los más impacientes, salían ya a su encuentro hacia el molino de Roncal. De nuevo en casa, de nuevo a las hierbas, de nuevo al ganado… Era la vida del Pirineo, la vida de las mujeres que fueron niñas, la vida de quienes aquí y allí, con los de aquí y con los de allí, hablaban una misma lengua vascongada.

Las alpargatas se ponían en el pie, y de un lado y del otro subían las cintas por la pantorrilla entrecruzándose para quedar bien amarradas, unidas en fuerte lazo. Así ha quedado la sangre del Pirineo, entrecruzada, atada con fuerte lazo, gracias a aquellas muchachas que desde mediados del XIX hasta los años cuarenta del XX ejercían de golondrinas: de negro, marchándose en el otoño, y regresando en la primavera.

Pronto llegará de nuevo la fiesta de la Virgen del Rosario, el 7 de octubre, momento de recordar a nuestras últimas alpargateras de Burgui. Entre otras muchas: Servanda Aznárez Solanilla (casa Fayanás), Evarista Mainz Lampérez (casa Martineta), Cirila y Trini Gárate Ustés (casa Aso), Micaela Fayanás Mainz (casa Juan Babil), Felipa Ezquer Andreu (casa Juan Grande), María Pérez Pérez (casa Lupercio), Juliana Mina Iriarte (casa Mendive). Y en especial a todas aquellas otras que nunca más regresaron al pueblo que les vio nacer.

 

Cinco lustros…

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Mar
21
Almadías varias

Dicen, y es verdad, que el oficio agonizaba cuando aquél año de 1952 los obreros recibieron la orden de cerrar ya ese pequeño hueco que habían dejado en la presa que, en el término municipal de Yesa, cierra desde entonces el paso, y lo regula, al cauce del río Aragón. Aguantaron sin cerrarla hasta el último momento precisamente para facilitar el paso a las últimas almadías roncalesas. No medía más aquel angosto paso que lo que tenía de ancho un tramo de almadía. A partir de ese momento, y después de tantos y tantos siglos dando vida a los ríos, el oficio de almadiero en el Pirineo navarro pasaba a la historia. Se extinguía para siempre de forma irreversible.

A partir de entonces no faltaron esporádicas ocasiones para que los últimos almadieros roncaleses, de vez en cuando pudiesen desquitarse de su obligada inactividad. Le tenían ganas al río.

Un día los hermanos Caro Baroja les pusieron la escusa perfecta para volver a almadiar, en esta ocasión cosechando aplausos a su paso; aplausos que venían a confirmar que aquellas balsas eran ya una seña de identidad. Volvieron a coger los remos en Urzainqui, en Sangüesa, en la foz de Lumbier… con sano orgullo, sintiendo la admiración y el reconocimiento de sus descendientes. La única pega era que aquella última generación de almadieros, herederos y depositarios de unos conocimientos y de unas técnicas, iba poco a poco desapareciendo. Desaparecido el oficio, desaparecido el tráfico fluvial de la madera, y rota ya la cadena del relevo generacional, la memoria de aquél oficio tenía los días contados.

Fueron ellos mismos, pinchados en su orgullo por Javier Beúnza, quienes en la sobremesa de una comida celebrada en el Hotel Isaba tomaron la iniciativa de constituir una asociación sobre la que proyectar y apoyar un futuro, no el futuro de un oficio, sino el de mantener viva la llama de la memoria de ese oficio. Se arrimó la gente joven a aquellas fuentes del conocimiento, y escucharon, y aprendieron… y entre una generación y otra, conjuntamente, organizaron en 1992 un descenso de almadías en Burgui con vocación anual. Nacía así, hace ahora 25 años, el Día de la Almadía – Almadiaren Eguna.

almadía

Cinco lustros después dirigimos una mirada retrospectiva a toda esta trayectoria. Burgui sale ahora en el mapa festivo peninsular; a nuestro pueblo se acercan cada año miles de visitantes que se admiran ante el trabajo y la destreza de nuestros antepasados vista en el espejo de los descendientes de aquellos. El descenso fluvial de la madera vuelve a generar riqueza. Son 25 años en los que los mayores han pasado el testigo recogido por manos juveniles que avistan ya un nuevo relevo.

Se nos esfuman los testimonios vivientes de aquellas almadías que navegaron río abajo en busca de compradores; se nos van las manos experimentadas, se han soltado las amarras… y a partir de ahora toca agarrar bien el remo, toca saludar y dirigir la mirada a lo alto, toca encomendarse, y embocar el puerto de la presa con la mirada puesta en el futuro.

Foto almadía Navarra Cuatro Estaciones

Son 25 ediciones, un cuarto de siglo de sinsabores y gloria, homenajes y reconocimientos, piel rugosa y piel tersa, lluvia y sol, tensas esperas y ovaciones, experiencia y novedad, voluntariado y emoción. Y son muchas las personas que, en una u otra faceta, han aportado su trabajo, esfuerzo e ilusión, ¡mucha ilusión! a lo largo de estos 25 años para contribuir de forma voluntaria y desinteresada a mantener vivo el recuerdo y la memoria.

Cinco lustros en los que podemos decir que el oficio de almadiero ha sido puesto en valor como nunca se hubiese soñado; cinco lustros tras los que dejamos recogida, salvaguardada y difundida la memoria de este oficio y la de quienes le dieron vida; cinco lustros en los que casi ha desaparecido para siempre la última generación de almadieros, pero que lo ha hecho dejando aquí sus conocimientos, sus recuerdos, y una fiesta que a partir de ahora es más homenaje que nunca.

Tres proyectos mineros en Burgui

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Mar
21

Entre octubre de 1899 y agosto de 1901 se presentaron ante el Gobierno civil tres registros de minas en el término de Burgui, dos para explotación de hierro a cargo del promotor pamplonés Francisco Martínez y una tercera de carbón inscrita por el burguiar Felipe Ezquer Cabodevilla. Los nombres dados fueron ‘La Pilarita’ y ‘Los Tres Amigos’ en las de hierro y ‘Felipe’ para la de carbón. ‘La Pilarita’ estuvo localizada en término de Larringorrea, entre los barrancos de Arandari Bajo y Txares, en tanto que las de ‘Los Tres Amigos’ y Felipe’ se situaban en la Foz por la margen izquierda del Esca y junto al viejo camino real a Salvatierra. Ninguna de dichas explotaciones llegó a entrar en actividad.

Burgui desde Kukula Pintano

El Distrito Minero de Guipúzcoa:

Por la época Navarra, junto con Álava, dependían administrativamente del Distrito Minero de Guipúzcoa (hasta 1968), con jefatura radicada en San Sebastián. El primer paso para autorizar la explotación de una mina era presentar ante el Gobierno civil la correspondiente solicitud de registro, en la sección de Minas del Negociado de Fomento. Era preciso determinar con exactitud un punto de partida y establecer el número de ‘pertenencias’, con sus límites, para que se le diera publicidad en el Boletín Oficial de la Provincia y en la tablilla del Ayuntamiento, por si se producían reclamaciones o peticiones de indemnización por los dueños de los terrenos.

La ‘pertenencia’ era una antigua unidad minera de superficie, con forma cuadrada y de cien metros de lado (equivalente a la hectárea) bajo cuyo subsuelo se podía extraer el mineral. El registro había que acompañarlo de un depósito pecuniario, en principio en torno a 75 pesetas, para que un ingeniero de San Sebastián acudiera al lugar exacto y levantara acta. Si el informe técnico final era favorable, tras los periodos de exposición pública y alegaciones, el titular de la concesión minera debía hacer un depósito financiero en papel de pagos al Estado para comenzar con la extracción.

Dos minas de hierro en 1899:

El 16 de octubre de 1899 Jenaro Pérez Moso, gobernador civil, firmaba sendos documentos oficiales en los que se daba a conocer que a las once de la mañana se habían presentado en nombre de Francisco Martínez, vecino de Pamplona, dos solicitudes de registro con los números 701 y 702 para la demarcación de sendas minas de hierro en Burgui. Era la primera vez en la historia, tanto de la villa como del valle, que se planteaba desarrollar la actividad en la zona. Con posterioridad, entrada la década de los 60 en el siglo XX, se llegó a realizar alguna prospección petrolífera sin resultado práctico.

En ambas solicitudes se demandaba ocupar doce pertenencias cada una. El 20 de diciembre de 1899 el secretario de Burgui, Valentín Vicente, cursaba las diligencias por orden del alcalde para informar que en la tablilla del Ayuntamiento los edictos gubernativos habían estado expuesto los sesenta días que prescribía la ley y lo acompañaba con impresión del sello de ‘Ayuntamiento constitucional’ en el que figuraba la representación esquemática de la cabeza del moro.

 ‘La Pilarita’:

El lugar exacto de la ubicación se describía así: “se tendrá por punto de partida la esquina Norte de la casa de don José Mª Domínguez, desde él se medirán 30 metros al Norte y se colocará la primera estaca”. El perímetro iba a estar delimitado por un cierre con ocho estacas.

FotoBurgui1925El 4 de diciembre de 1899 Lorenzo Urzainqui, mayor de edad, casado y labrador propietario, manifestaba por escrito al gobernador haber sabido del proyecto por el Boletín Oficial de la Provincia nº 126, correspondiente al 26 de octubre, y dado que “como dicha mina se halla en una propiedad de mi pertenencia como se justificará en su día” solicita que “se digne ordenar se me indemnice el terreno con arreglo a la ley de minas vigente”. Entra en el Registro el 13 de diciembre a las doce y cuarto del mediodía. Otra solicitud en el mismo sentido la firma José Mª Domínguez Lacasia, también mayor de edad, casado y labrador propietario. Es idéntica en su redacción a la anterior, está fechada a 7 de diciembre y entra en el Registro el día 9.

Es el 20 de diciembre de 1900 cuando el ingeniero jefe del Distrito minero de Guipúzcoa da traslado del expediente completo. Acompañan al acta dos planos con el emplazamiento de las pertenencias. Manifiesta que no encuentra motivo alguno de tipo industrial, científico o de salubridad por lo que deba imponerse a la concesión ninguna condición particular, ya que es suficiente con que el propietario cumpla las prescripciones de la ley y su reglamento.

El 14 de noviembre de 1900 el ingeniero José Ureña, acompañado por el auxiliar Rodrigo Varo habían acudido a Larringorrea para precisar la demarcación. Concurrieron al acto los testigos Nicolás Domínguez y Fernando Campos, vecinos de Burgui “no habiendo comparecido el registrador ni ninguna persona que le representara”. Tras recorrer los límites el acta señala que “esta mina debe considerarse como de hierro, por verse algunas muestras dentro del perímetro demarcado, no viéndose ningún otro mineral de mayor tipo tributario”. Concluye señalando que “terminada la operación sin protesta ni reclamación alguna, se extendió la presente acta, que firman conmigo” y rubrican ingeniero, técnico auxiliar y los dos testigos.

‘La Pilarita’ está en disposición de comenzar a ser explotada a partir del 27 de diciembre de 1900 con la aprobación del ingeniero jefe del Distrito. Es el 8 de febrero de 1901 cuando el gobernador civil indica al promotor que una vez practicada la demarcación dispone de quince días para que “presente un papel de pagos al Estado en equivalencia de los derechos de pertenencia y del título de propiedad”. Es en este punto donde fracasa la iniciativa. “En virtud de lo que decreta la Ley de minas, queda cancelado el expediente de la mina”, dado que no se ha “presentado el papel de pagos al Estado para el reintegro de pertenencias y el título de propiedad de la misma”. Queda franco y registrable el terreno que había sido demarcado y firma el gobernador interino Damián Escudero.

 ‘Los tres amigos’:

 Tuvo el número de registro 702, se situaba en el paraje de la Foz y los límites señalados eran al Este con el camino, mientras que Norte, Sur y Oeste lo hacían con terrenos comunales. La descripción del lugar fue tan peculiar como imprecisa y decía así: “se tomará por punto de partida el Río Burgui que va a Aragón, desde él se medirán 4 metros al Oeste y se colocará la primera estaca; de la primera a la segunda 400 metros al Norte, de la segunda a la tercera 300 metros al Oeste, de la tercera a la cuarta 100 metros al Sur y de la cuarta a la primera 200 metros al Este quedando así cerrado el perímetro solicitado”.

Es también el 14 de noviembre de 1900 es cuando los mismos ingeniero, auxiliar y testigos que en ‘La Pilarita’ intentan levantar acta y plano de la demarcación y, como en el caso anterior, no comparece el registrador ni persona que le represente y “resultando que de los datos apuntados en la instancia de registro no puede deducirse cual sea el punto que quiere el registrador sea el punto de partida, existiendo por tanto indeterminación, suspendí la operación levantándose la presente acta”, reseñó el ingeniero Ureña. El Distrito Minero decidió informar al Gobernador que procedía la cancelación del expediente de registro, como se realizó.

 El carbón de Felipe Ezquer:

felipeEl 1 de agosto de 1901 Felipe Ezquer Cabodevilla, vecino de Burgui, solicitaba diez pertenencias mineras en el paraje de la Foz “en terreno comunal que linda al Norte con con la peña llamada las Paletazas, al Sur con el primer peñón que se encuentra bajando por el camino real en dirección a Salvatierra (Aragón), al Este con la muga de Salvatierra y al Oeste con la peña de las Paletazas”.

La ubicación exacta la refería así: “se tendrá por punto de partida la peña de las Paletazas en el camino donde se clavará la primera estaca, de esta al Norte se medirán 600 metros y se colocará la segunda, de esta al Sur 400 metros la tercera, de esta al Este 400 metros la cuarta y de esta con 600 metros se vendrá a parar al punto de partida”. La documentación entró en el registro al día siguiente a las diez y veinte de la mañana con el número de expediente 1.519.

Días después Ezquer realizaba una rectificación para indicar que al Oeste limitaba con el río Esca y no con la peña de las Paletazas.

felipe 17-08-1901

Fernando Laspidea, alcalde constitucional de la villa de Burgui, certifica que desde el 10 de agosto el edicto de registro ha estado expuesto al público en la tablilla del Ayuntamiento por espacio de sesenta días y lo diligencia el 2 de diciembre de 1901. Sigue de secretario en la villa Valentín Vicente en tanto que el gobernador civil es Luis Polanco.

Como depósito en los gastos de registro Felipe Ezquer había adelantado 71 pesetas con 25 céntimos y el ingeniero jefe del Distrito Minero, al planificar los viajes de demarcación, observa que es el único por la zona y dadas las dificultades de transporte y alojamiento en la época requiere un adelanto de 325 pesetas, que incluyen las dietas.

El 13 de enero de 1903 el ingeniero jefe del Distrito se dirige al Gobernador civil para indicar que no se puede mantener activo el expediente de manera indefinida sin que conste que se hayan adelantado las 325 pesetas para los gastos de demarcación. Previamente se le había comunicado a Felipe Ezquer pero el dinero no se depositaba.

El 20 de enero de 1903 la alcaldía de Burgui recae en Gerónimo Sanz e informa que el secretario Valentín Vicente ha notificado el oficio a “Juliana Marracos esposa de Felipe Ezquer ya difunto, quedó enterada y no firma porque no sabe haciéndolo como testigo Nicolás Domínguez”.

El 18 de febrero de 1903 el ingeniero jefe devuelve la documentación del expediente al Gobierno civil para que se sirva cancelar el registro y devolver el depósito a la viuda. El 3 de marzo el nuevo gobernador Luis Soler notifica la cancelación al Ayuntamiento de Burgui y el 9 de marzo el secretario se lo notificó con lectura íntegra y copia a Juliana Marracos.

El 22 de junio de 1903 la viuda y heredera de Felipe Ezquer, Juliana Marracos Recari, en presencia de los testigos Valentín Vicente -secretario- y Narciso Orduna, autoriza a Casildo Iriarte, vecino de Pamplona, para que pueda cobrar las 72,25 pesetas del depósito previo para el registro minero, reembolso que se hizo efectivo el 1 de agosto.

De esta manera concluyeron las iniciativas mineras en Burgui en el tránsito de los siglos XIX al XX.

La vida en Burgui en el siglo XVI

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Feb
11

En el siglo XVI la villa roncalesa de Burgui contaba con unos 120 vecinos -cabezas de familia-, cifra similar a las de Roncal y Uztárroz, por debajo de los 240 de Isaba y por encima de los 80 de Vidángoz, Urzainqui y Garde (Florencio Idoate, ‘La Comunidad del valle de Roncal’). El periodo estuvo marcado por las guerras en 1512 y 1516 alrededor del castillo en la colina llamada Kukula, derribado en 1519 tras una petición vecinal, posiblemente para aprovechar materiales en la reconstrucción de las casas tras el incendio sufrido con el primer asedio.

Del periodo el Archivo General de Navarra conserva un número importante de pleitos que ofrecen datos sobre cómo transcurría la vida. Así, el señorío de Burdaspal, emplazado en la margen izquierda del Esca frente al actual kilómetro 18 de la carretera a Isaba, contaba con palacio e iglesia, su señor disponía de vecindad forana -hoy se dice foránea- en Liédena con hato de cabras y derecho a pastos y viñas en propiedad en ‘El Pontillo’, y estaban emparentados con el señor de Racas por el Almiradío de Navascués.

 La vida cotidiana

 El pueblo albergaba dos herrerías y un molino, en la parroquia se ejercían los cargos de campanero y clavero -tesorero responsable de las llaves en los lugares de culto y el llamado hórreo decimal-, la comercialización de trigo y vino eran asuntos de subsistencia y motivo en ocasiones de contrabando o venta a precios abusivos, eran comunes los oficios de mulero y trajinero -acarreo de géneros-, se alquilaban animales de carga y no faltaron diferencias vecinales por injurias. Las misas por los difuntos de la familia se celebraban de manera regular y generalizada, el alcalde era juez ordinario de la villa y tenía la facultad de apresar en la cárcel municipal, de donde se produjeron fugas sonadas como las de Martín Gorri (1565) y Pedro de Ederra (1587).

Los pueblos del valle disponían de médico conducido, quien atendía a los vecinos cuya localidad hubiera abonado los honorarios establecidos, al modo actual de una iguala o seguro sanitario colectivo.

 Apellidos vigentes y perdidos

 Comienza a ser común contar con nombre y apellido propios, aunque algún matrimonio los comparte al modo anglosajón (Juan y Catalina Alcazan, 1535) y también se dan casos en los que los hijos llevan el apellido de la madre (Magdalena y Pedro Aroza, 1552); entra en desuso la denominación clásica de ser llamado Juan o Pedro de Burgui -tipo Francisco de Javier o Benjamín de Tudela-, cuya fórmula mantendrá vigencia hacia la Ribera en el tránsito de la Cañada de los roncaleses, particularmente en Carcastillo, y por las localidades limítrofes.

Entre los apellidos terminados en “ch”, característicos de la comarca, se reseñan los de Martich, con la variante de Martiech, y Galech. Baster y Bazter son dos transcripciones de una misma denominación y algún alias comienza a tomar carta de naturaleza como apellido. Es el caso de Pascual Sendoa, avecindado originalmente en Garde y a quien se le conoce de manera general como “Borro”, que terminará por convertirse en Pascual Borro para consolidar un apellido hoy vigente. Prosiguen hasta la actualidad los Sanz, Gárate, Glaría, Ezquer, Urzainqui, Bronte, Torrea, etc., y han declinado su presencia los Alcazan, Ledea, Acos, Argonz, Daria o Elverdin.

 castillo

El derribo del castillo (1519)

 Burgui contaba en su término con dos castillos de realengo, ambos emplazados sobre cuculas -montículos-, el primero en la ladera donde se asientan las casas y el segundo en la de Pintano, cerca de la muga con Garde y en la raya de Aragón. El castillo del pueblo fue ocupado en 1512 por una guarnición castellana, mandada por el capitán Valdés, que en octubre queda sitiado por los franco-navarros de La Palice, que tras su toma incendian las casas (Burgui sufrirá en agosto de 1809 de nuevo los rigores de la guerra con la quema de 127 edificios por el coronel napoleónico Plicque). Pero tras el episodio de 1512 aún les espera otro momento complicado, en 1516, cuando la guarnición castellana renovada vuelva a quedar cercada por la gente de guerra del mariscal Pedro de Navarra, quien con la hueste muy mermada caerá posteriormente prisionero del duque de Alba.

En 1519 Juan García, almirante de la villa, en nombre de sus vecinos pide a Martín Hernández de Viedma, veedor de fortalezas del reino, el derribo del castillo. Los detalles del episodio los publicó Juan José Martinena Ruiz en el nº 16 de la revista Zangotzarra (diciembre de 2012), dentro de un estudio amplio sobre la fortaleza, donde consigna que los burguiarres ofrecieron 300 ducados de oro viejos que luego se negaron a pagar. Recoge que el castillo había sido asolado en tres ocasiones.

Los asuntos judiciales relativos al recinto defensivo colearán largo tiempo. En 1550 Sancho Pomar, señor de Sigüés (Zaragoza), pleitea ante la Corte Mayor contra Inés de Mayorga, viuda de Dionisio de Lasarte y Beraiz, exregente de la tesorería del reino, y Miguel de Beraiz, su hijo, vecinos de Tudela, sobre la entrega de 192 ducados de una libranza expedida por Dionisio de Lasarte y Beraiz y no pagada por el recibidor de abastos en favor de Carlos Pomar, alcaide del castillo de Burgui. En opinión de Martinena, medievalista con tesis doctoral sobre fortalezas, esta referencia tardía lo es con relación a una deuda insatisfecha. Sancho es hijo de Carlos Pomar, último alcaide durante la conquista castellana, y el pago a su padre no se ha hecho efectivo en treintaiún años.

 Abanico de pleitos

 El 18 de noviembre de 1528, ante la Corte Mayor, el fiscal actúa contra Juan de Ledea, vecino de Burgui, preso, a propósito de haber arrebatado con fuerza un potro de María Mayo a Juan de Echandi, nuncio -alguacil y también encargado de trasladar un aviso-, e intento de agresión al alcalde. Es el primer pleito del XVI con constancia documental.

Los siguientes son de 1535 y los hay de naturaleza administrativa y malquerencias. En mayo Burgui actúa contra el fiscal, sobre despacho de información relativa a una cédula de exención de cuarteles y alcabalas otorgada por veinte años desde el 1 de enero de 1513. Tema hacendístico porque ‘cuarteles’ eran las contribuciones trimestrales que pagaba un pueblo a los gastos generales del reino y ‘alcabalas’ los impuestos del tanto por ciento del precio que pagaba al fisco el vendedor en el contrato de compraventa y ambos contratantes en el de permuta.

En mayo y junio de 1535 se presentan dos querellas por injurias. Juan Miguel de Burgui y Juliana de Ezquer, su mujer, pleitean contra María Pérez, mujer de Íñigo Sanz, y por otra parte Juan Alcazan y Catalina de Alcazan, su mujer, lo hacen contra Graciana Pérez, esposa de Íñigo Sanz. Lo más probable es que la esposa de Íñigo Sanz tuviera por nombre María Graciana y que en las instrucciones judiciales se le llame de dos maneras diferentes.

En 1538 Juan Miguel de Ezquer demanda a Nicolás de Echandi sobre indemnización de once ducados por muerte de un macho alquilado.

 FotoPuente

Líos en los oficios

 En agosto de 1567 Juan de Gárate, herrero, pleitea ante el Consejo Real contra la villa y Domingo Blázquez, también herrero, sobre derecho a ejercer el oficio, y por vía de reconvención, monipodio y soborno para aumento de salario. La ‘vía de reconvención’ es una demanda que al contestar entabla el demandado contra quien se promovió el juicio y por ‘monipodio’ se entiende el convenio de personas que se asocian y confabulan para fines ilícitos; por lo visto no reinaba la cordialidad en la profesión.

Por su parte, Juan de Urzainqui, molinero, demanda a la villa en mayo de 1547 sobre el pago de 89 florines adeudados del salario, en tanto que dos años después Íñigo Portaz reclama a Miguel de Lecumberri, campanero, sobre el pago de 30 robos de trigo del cargo de la tabla y peaje en cumplimiento de convenio.

Quien parece que tenía la mano larga era el cantero Antón o Antonio Íñiguez. En 1553 Vicente de Navascués, vecino de Yesa, pleitea contra él sobre hurto de ropa y dinero de su casa y al año siguiente lo hace el lugar de Ayesa (Ezprogui) sobre el hurto de una yegua.

La falsificación de moneda también tiene presencia y el fiscal actúa contra Pedro Echandi en pleito ante la Corte Mayor el 27 de mayo de 1560.

Como se aprecia, la vida en Burgui no estuvo precisamente exenta de incidencias y actuaciones judiciales.

Autor del reportaje: Germán Ulzurrun Zabalza, colaborador de La Kukula

Cofradía de la Virgen de la Peña

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Oct
29

El último fin de semana de agosto, de viernes a domingo y con romería popular de cierre, los cofradres de San José vecinos de Salvatierra de Esca y de Burgui renovaron su subida a la ermita de la Virgen de la Peña, que se levanta al borde un precipicio que preside la foz. El paisaje es tan amplio y espectacular como la historia de la que hoy son herederos 25 salvaterranos y burguiarres, en una tradición que hunde sus raíces en el año 1521 y surge para mediar en los conflictos por los pastos.

Pedro Aznárez, párroco de Ansó que se ocupa de la atención espiritual y las celebraciones litúrgicas, a través de los libros parroquiales ha seguido la historia de las dos cofradías de origen medieval compartidas por miembros de Salvatierra y Burgui, aunque los vecinos de Lorbés (Zaragoza) y Castillonuevo cuentan con fechas propias de peregrinación al santuario.

Aznárez sitúa el origen de la Cofradía de la Virgen de la Peña en 1521, como iniciativa de la Iglesia para poner paz entre las comunidades de los pastores aragoneses y navarros que llevaron sus discrepancias a las peleas por el monte con varios hombres muertos. Al modo del conflicto del que surgió el ‘Tributo de las tres vacas’, van a ser los clérigos los que logren acordar la paz. El párroco subraya que cerca de la ermita se mantiene la denominación de un término llamado ‘Campo de las fuesas’, donde se debió enterrar a los muertos habidos en los enfrentamientos.

 Virgen de la Peña (1)

“La tierra salva” aragonesa

En 1208 el rey aragonés Pedro II hace un llamamiento para poblar “la tierra salva”, o libre de impuestos, al sur del valle de Roncal. Surge así Salvatierra de Esca, a la que se dotará con el Fuero de Ejea. El asentamiento se realizará sobre una colina (tozal en el decir aragonés) circundada por el río Esca, aguas abajo del viejo monasterio de Santa María de Fonfría que es de fundación navarra en el 850 por García Íñiguez, rey de Pamplona, en la época en la que Wilesindo es obispo.

Toda la comarca lo es de monasterios y castillos. En la visita de Eulogio de Córdoba ese mismo año destacará la existencia de comunidades monacales pujantes que va a encontrar en Urdaspal (Burgui), luego derivado a Burdaspal, y San Vicente de Igal (Salazar) en su camino desde Leire hasta San Pedro de Siresa (Hecho).

Burgui acogió en su término dos castillos de realengo (vinculados directamente al monarca, no a un señor feudal dependiente) en las cuculas del propio pueblo y de Pintano, en el límite con Garde y como puesto avanzado sobre la raya de Aragón. El término cucula procede del latino ‘cuculla’, hace referencia a un vestido talar amplio que vestían los libertos romanos y tenía una caperuza puntiaguda abatible. Es el mismo étimo que da lugar a la voz ‘cogulla’, el hábito monacal.

 Retablo Virgen de la Peña 2009 (5)

‘El Ceremonioso’ y ‘El Malo’

En 1338 Pedro IV de Aragón, ‘El Ceremonioso’, casa con la infanta María de Navarra -de la que luego enviudará-, hermana del futuro rey Carlos II, conocido como ‘El Malo’ y que por las fechas era un niño. La dote no se paga en efectivo por los reyes Felipe III y su esposa Juana II y hay una serie de poblaciones navarras que pasan a depender del aragonés como garantía hipotecaria. Es preciso realizar un proceso de “desnaturalización” en junio de 1338 ya que el monarca era el “señor natural de sus súbditos”, que le debían vasallaje y el pago de pechas -impuestos- a cambio de la protección real y el cumplimiento de sus fueros. Son los alcaides de los castillos de Burgui, Santacara, Gallipienzo, Murillo el Fruto, La Estaca y Arguedas los que realizan el acto.

Con Carlos II de Navarra en el trono se declara la guerra contra Pedro IV. Los hechos de armas son favorables a los navarros. Así, del 18 al 26 de julio de 1362, hay una extensa documentación emitida por el rey navarro desde Salvatierra de Esca con casi una veintena de órdenes reales. En una de ellas manda a Guillermo de Auvre, tesorero del reino, que pague a Alí Alhudalí, moro ballestero de Tudela, cuanto se le deba por causa de sus gajes por el tiempo que ha servido a dicho rey en la guerra contra Aragón. El 11 de agosto, desde Roncesvalles, el rey ordena a García Miguel de Elcarte, guarda de la tesorería, que pague a Juan Testador, maestre de su Escudería, 10 libras que le correspondían por poner el pendón real de Navarra en el castillo de Salvatierra de Esca, y otras 10 por ponerlo en el de Ruesta, ambos conquistados en el reino de Aragón.

 Cofrades exterior

Orígenes cofrades

Tras las riñas por los pastos entre navarros y aragoneses el clero de la zona busca una salida pacífica y deciden constituir en 1521 una cofradía llamada de la Virgen de la Peña que admita 20 miembros de Salvatierra y 10 de Burgui. En 1628 surge una segunda agrupación, también con integrantes de ambas localidades, que suben al santuario pero que centran su devoción en san José. La dedicada estrictamente a la Virgen de la Peña decae en el siglo XX y se extingue en 1950, según Pedro Aznárez. Es entonces cuando la de san José se hace sucesora y llegado el día de hoy cuenta con 25 miembros. La cifra máxima que puede admitir es de 30 y está regida por un prior -turno rotatorio por antigüedad-, que cuenta con el apoyo de un sirviente que aprende cómo organizar actos y avituallamientos, ya que el fin de semana de convivencia comporta un celebración penitencial conjunta con rezo del ángelus y rosario y los cofrades pernoctan en el pequeño complejo de edificios que rodean el santuario. Históricamente han sido gentes de buen comer y beber, solían incluso acarrear una porción de nieve -preservada en verano en las ‘niveras’- para refrescar viandas y botellas. Como curiosidad Pedro Aznárez destaca que en las cuentas de los años 40 del siglo pasado se pagaba más caro el tocino que la carne o el aceite.

En la actualidad la peregrinación más importante a la Virgen de la Peña, la de los cofrades de San José, está condicionada por la celebración de las fiestas de Salvatierra de Esca que se acomodan al fin de semana más próximo al 8 de septiembre, fecha tradicional cuyo domingo anterior establecía la romería.

Los pueblos de los alrededores tienen días propios de subida. Salvatierra acude el lunes después de Pentecostés -el Ayuntamiento pone pan y vino-, el 2 de agosto por el jubileo de la porciúncula (indulgencia ganada por san Francisco de Asís para sus frailes) y el domingo anterior a las fiestas patronales. Burgui sube la víspera de la Asunción y el 2 de agosto con los de Salvatierra. Castillonuevo lo hacía el 20 de junio y ahora con la despoblación lo programa el sábado más cercano a esa fecha. Los de Lorbés acuden una semana antes que los de Castillonuevo, la tarde de la festividad de San Antonio; pernoctan y regresan al día siguiente tras la comida.

 Virgen de la Peña

Prodigio de las herramientas

Los ‘Gozos a Nuestra Señora de la Virgen de la Peña’, que se cantan en la celebración, recogen del segundo al quinto -con rima que horrorizaría a Quevedo- retazos de un asunto tenido por prodigioso. Los de Salvatierra quisieron en su origen honrar a la Virgen en un lugar más acomodado y cercano al pueblo. Pero lo que construían durante el día era misteriosamente derribado por la noche, y así varias jornadas hasta que finalmente desaparecieron las herramientas de trabajo. Poco después se hallaron en lo más alto de la roca y aquello fue interpretado como un prodigio mediante el cual la Virgen señalaba a los fieles cuál era el lugar elegido para su culto.

Tras la misa dominical, en la que el celebrante dio el agua bendita a cada cofrade, los miembros desfilaron hasta un pequeño monumento presidido por una cruz para la salutación final. Visten en la ceremonia capa negra amplia sobre pantalón oscuro con camisa blanca a cuyo cuello se anuda un pañuelo también blanco. Los zapatos son negros y los cofrades tienen a gala lustrarlos a fondo.

Dentro de seis años la Cofradía de san José cumplirá 393 años de peregrinación propia y serán cinco siglos justos como heredera de la Virgen de la Peña. Quinientos años de concordia entre Salvatierra y Burgui con una tradición que se mantiene viva.

Virgen de la Peña

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Sep
3

Al borde de un farallón cortado a pico, a 1.294 metros de altitud, se alza en tierras de Salvatierra de Esca la ermita de la Virgen de la Peña. Este fin de semana los cofrades de San José han vuelto a ocuparla con retiro y romería. Son herencia viva de una tradición documentada en 1521 como una conciliación de la Iglesia en conflictos pastoriles que causaron varias muertes. Cuenta con miembros vecinos de Salvatierra y Burgui, a ambos lados de la muga entre Aragón y Navarra, y es que hubo una época en la que los burguiarres fueron aragoneses por mor de la política matrimonial y los salvaterranos navarros por la fuerza de las armas.

virgen

Imagen ermita Virgen de la Peña. Fotografía: Juan Antonio Recari Elizalde

En 1338 casa Pedro IV de Aragón con la infanta María de Navarra, hermana del futuro rey Carlos II, conocido como ‘El Malo’. Ya que la dote no se satisface en efectivo hay una serie de poblaciones navarras que pasan a depender del aragonés como garantía hipotecaria, y entre ellas Burgui.

Por otra parte, guarda el Archivo General de Navarra documentación precisa de la semana larga que Carlos II de Navarra pasó en Salvatierra en julio de 1362. Estaba entonces en guerra contra su excuñado Pedro IV y Juan Testador, maestre de escudería, va a recibir 20 libras de gratificación por poner el pendón real de Navarra en los castillos de Ruesta y Salvatierra. Así, el 2 de agosto de 1362 Miguel Sánchez de Ursúa, caballero y maestro de ballesteros, reconoce haber recibido del tesorero del reino 4 ballestas grandes de torno y 20 de estribera para la defensa de los castillos de Ruesta, Salvatierra y Burgui.

Superadas querellas viejas hoy desde la Virgen de la Peña se disfruta de un paisaje esplendoroso en el que como novedad destaca el perfil del viaducto inmenso y acabado que salva Sigüés para la Autovía del Pirineo. Es bueno conocer la historia pero es mejor usarla como puente que no como foz. Guste o no, toca convivir y ahí los cofrades ofrecen un testimonio especial en el que dentro de seis años celebrarán cinco siglos de entendimiento.

Burgui tuvo su hospital

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Jun
14

Al igual que sucedía en otras muchas localidades navarras, se ha podido constatar que en el Valle de Roncal también existían algunos hospitales que tenían como objetivo poder atender a los enfermos, en particular a los pobres y a los transeuntes. Hay que tener en cuenta que las condiciones de vida, especialmente en lo que a alimentación e higiene se refiere, eran el caldo de cultivo idóneo para la propagación de todo tipo de enfermedades que se cebaban en todo el vecindario, y de forma muy especial en los más pobres. El sentimiento de solidaridad humana  y de caridad cristiana hacía que cada pueblo del valle se preocupase de asistir sanitariamente a todos los vecinos, así como a cuantos indigentes pasasen por estas villas.

Del hospital que hubo en Burgui apenas hay datos. Únicamente se sabe, hasta ahora, que en el año 1652 el Ayuntamiento de Burgui encargó al carpintero Joan Itarta la obra “que se ha de hacer en el ospital que tiene la dicha villa”. Se trataba, por tanto, de hacer una obra de reforma en un hospital que ya existía, no sabemos desde cuando. La obra que este carpintero tenía que hacer estaba centrada en el sabayao, y le fue adjudicada por 6 ducados y medio; a esto hay que añadir que las vigas y los trallos (materiales) corrían a cargo del concejo. El contrato de esta obra se firmó ante el escribano Pascual Bronte el 22 de diciembre de 1652, comprometiéndose el carpintero a dejarla acabada antes del último día de junio de 1653. El mayordomo del hospital en ese año era Joan de Inza.

Posadas y mesones en Burgui

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Jun
14

Parece que siempre hubo en Burgui posadas y mesones  para acoger a los transeúntes. Al fin era un punto bastante estratégico, de convergencia de dos importantes rutas: la de Pamplona al Roncal, vía Navascués, por Larringorrea;  y  la de Aragón y Sangüesa, por la Foz. Caminos ‘de baste’, como se llamaban, esto es, no de carruajes -habría carros en los pueblos para llanos y distancias cortas-, sino de caballerías. Todos los productos de importación venían a lomos de acémilas conducidas por arrieros. Además, Burgui estaba a considerable distancia de los pueblos circundantes, lo que  invitaba a muchos viajeros a hacer un alto, o pernoctar en el pueblo.

puerta

En 1654 solo existía un mesón que fue arrendado -el ayuntamiento sacaba a subasta todos los servicios-  por Joan Ardaiz por 12 ducados (unos 150 reales) para un año.

En las cláusulas de arriendo se exigía que el que rendare dicho meson haya de dar el recaudo  (cuidado, atención) necesario a los huéspedes que binieren a la villa con toda limpieza que se requiere y se acostumbra en este Reyno (el de Navarra) y haya de vender  el pan conforme tuviere el precio en la panadería y el vino conforme en la tabierna  (taberna) y paja  (para las caballerías) conforme el arancel que cada mes le dieren los señores  jurados  (regidores). ¡Nada de engaños y picardías! De lo anterior, además, cabe deducir que algunos huéspedes -los de menos recursos, como siempre- harían las comidas por su cuenta, comprando solo lo estrictamente necesario.

Ante todo, pues, la higiene. Se ordena que los señores jurados puedan reconocer las camas que hubieren siempre que les pareciere durante dicho año de rendación  (arriendo). Pero, si al mesonero se le exigíen duras condiciones en el arriendo, también había que protegerlo de la falsa competencia de los pícaros: que ningún vecino pueda hacoger a ningún biandante ni forastero que le pague nengunos intereses  (no se le puede cobrar nada)  sino que sea persona propia (familiar),  bajo pena de dos ducados. En resumidas cuentas: que los vecinos  podían acoger en sus casas a parientes o a amigos, pero  debía hacerse gratis.

En 1675 ya había dos mesones que fueron arrendados  por Joseph Borro y Domingo Eliçalde, que se mantuvieron  a lo largo de todo el siglo XVIII.

¿Cuáles eran los productos y  precio del menú? No lo sabemos con certeza. Sin embargo, podemos forjarnos cierta idea por los aranceles de precios que los mesoneros debían poner a la vista de los clientes, y no sobrepasarlos, si no querían ser sancionados por los regidores-inspectores. En la lista hay productos básicos, humildes y más suculentos, con precios en consonancia con el género. He aquí algunos, a modo de ejemplo, de finales del siglo XVIII,  sacados de las ordenanzas municipales de aquel tiempo:

-Libra de truchas: 2 reales.  La libra de pescado, mayor que la normal (372 gramos), vendría a equivaler al medio kilo, y el jornal de un peón se pagaba entonces a unos 4 reales.

-Libra de barbos: medio real  (¡vaya diferencia!)

-Libra de madrillas: tarja y media. Como tres cuartos de real, algo más que los barbos.

-Los huevos a 3 cornados cada uno. El cornado venía a equivaler a la mitad del maravedí, y un real tenía dieciséis maravedís. En definitiva, que no valía mucho un huevo.

-Una gallina buena: 6 tarjas (3 reales)

-Un pollo hecho: 6 tarjas (3 reales)

-Un libra de queso:  tarja y media (tres cuartas partes del real). Al parecer andaba bastante barato.

-Una libra de requesón: 12 cornados = 6 maravedís (como una tercera parte de real), menos de la mitad que el queso.

-La pareja de perdices: 2 reales….

Basándonos en los datos anteriores, podemos hacernos una idea de algunos menús de los mesones, a base de productos de la tierra, aunque también ofrecerían otros platos con productos, traídos del exterior a la tienda o a la taberna.

Como en otros servicios, estaba todo atado y bien atado por los señores regidores, dispuestos siempre a inspeccionar y sancionar, para que nadie se saltare las cláusulas del arriendo. En el siglo XVIII además del bullir de los propios vecinos, en Burgui hacían un alto, o pasaban la noche en los mesones, caballeros e hijosdalgos, arrieros, trajineros y vendedores de distintos productos del exterior.

Alarde de armas

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May
26

«Alarde de armas» o “Lista de armas”. Exhibición de armas, y revisión de las mismas, que se hacía en algunos pueblos del Valle delante del alcalde o de otra autoridad superior. Aparecen documentados en las siete villas del valle.

Alarde de armas, Burgui, 2009

Preparativo alarde de armas, Burgui, 2009

Los fueros roncaleses contemplaban la exención del servicio militar fuera de las fronteras del Valle para los habitantes de éste; sin embargo, este privilegio se vio alterado en 1773 tras la aplicación de la Real Cédula de Carlos III por la que este monarca establecía en Navarra la obligación de realizar el sorteo militar y el reclutamiento. Las reiteradas protestas de la Diputación contra este contrafuero no lograron echar atrás su aplicación. El Valle de Roncal, por el contrario, no aceptó la Real Cédula, advirtiendo al Real Consejo que ésta no sería aplicada en dicho Valle por atentar al conjunto de los privilegios que las siete villas poseían. La tenacidad y firmeza de las autoridades roncalesas forzaron la revocación del acuerdo.

Revisión de armas. Burgui, 2009

Revisión de armas. Burgui, 2009

En contraprestación a la cesión de Carlos III el Valle de Roncal se comprometió a sostener su propio ejército, en el que estaban incluidos todos los roncaleses con capacidad de lucha, con el fin de proteger las fronteras (como acción de defensa de la monarquía). La autoridad máxima de este ejército era el alcalde  de Roncal (alcalde mayor), que durante la época de conflicto ostentaba el cargo de capitán a guerra. La organización y mantenimiento de este ejército -caso único en España- implicaba el hecho de que cada roncalés útil para la lucha debía de tener y cuidar sus propias armas, preocupándose de tenerlas siempre a punto para ser utilizadas si la situación lo requería; para garantizar que así fuese una o dos  veces al año se organizaba un alarde de armas, en el que cada vecino estaba obligado a acudir con su arma demostrando ante la autoridad que el fusil se encontraba limpio y en perfecto estado, es decir: emforma. En estas revisiones también se desfilaba, haciendo alarde del armamento y haciendo unos disparos, controlados, al aire.

¡Fuego! Alarde de armas. Burgui, 2009.

¡Fuego! Alarde de armas. Burgui, 2009.

Durante la Guerra de Sucesión (1701-1714), concretamente en el año 1706, el Valle de Roncal contaba entonces con 887 hombres capacitados y listos para combatir con sus propias armas y municiones. Era este el número de varones con edades comprendidas entre los 18 y los 60 años.

En el año 1825, tras la promulgación en 1824 del Reglamento de Policía, fue la propia Diputación del Reino quien tuvo que mediar entre el Valle de Roncal y el Virrey notificando a este último la necesidad de respetar el privilegio que el Valle de Roncal tenía para estar armado.

Burgui.- Al menos en esta localidad roncalesa los alardes eran conocidos también con el nombre de reseñas. Se sabe que cuatro días antes de la fecha anunciada para elalarde los vecinos de la villa aptos para las armas, es decir, los varones con edades comprendidas entre los 20 y los 60 años, salían a las Eras del pueblo para ensayar el desfile y adiestrarse en el uso de las armas. Según recoge Félix Sanz Zabalza en su obra “Burgui, un pueblo con historia” (2001), “el Regimiento nombraba sus cabos; a los arcabuceros se les entregaba una libra de pólvora, una docena de pelotas y cuerda suficiente. Otros salían como ballesteros y lanceros, otros con espadas y dagas”.

Generalmente se celebraban dos alardes anuales cuya fecha estaba regulada por las ordenanzas municipales: “Al otro día de San Pedro se haga una reseña y alarde de armas en memoria de los tiempos pasados quando los infelices Moros ocupaban la mayor parte de este Reino”. La otra jornada elegida era el 21 de agosto, festividad de San Mateo.

Entre los alardes de esta localidad queda constancia documental, entre otros, del celebrado en 1860, celebrado el segundo día de las fiestas, pues entre las cuentas de ese año queda reflejado un gasto de 450 reales de pólvora para la villa. Así mismo, en el Archivo General de Navarra encontramos un documento del año 1796 que recoge un pleito sobre el aumento de la cantidad asignada para la celebración anual en Burgui de la función del alarde de armas.

El 28 de agosto de 2009, durante la conmemoración del bicentenario del saqueo e incendio del pueblo de Burgui por las tropas francesas de Napoleón, se recreó por un grupo de vecinos un alarde de armas, cuyas fotografías acompañan a esta entrada.