A veces asociamos en nuestro subconsciente que determinadas piezas o elementos son ajenos a nuestra cultura, que no son cosas de aquí. Un ejemplo muy claro de esto son las castañuelas, o “pitos”. Y eso es un error. Se sorprenderá más de uno al saber que en el Pirineo las castañuelas, y su uso, eran más comunes y habituales de lo que se cree. Y el valle del Roncal no era ajeno a este sonoro elemento.
Hoy traemos hasta aquí la imagen de unas castañuelas de Isaba, talladas en madera de boj, con las iniciales de P.A. (Pedro Anaut).
Pero sépase que en Burgui nos recuerda Pablo Tolosana Turrillas, ya nonagenario, que tocaba “pitos” de piedra, que eran las castañuelas más populares, accesibles a todo el mundo. Pensaban algunos que las de madera solo eran usadas en las familias pudientes.
En las entrevistas etnográficas realizadas en los valles de Roncal y de Salazar algunas personas han puntualizado que los «pitos» (nombre popular de las castañuelas) eran muy habituales hasta antes de la guerra, pero que no eran las familias pudientes las que usaban de madera, sino las familias ganaderas, pues eran piezas que formaban parte de la artesanía pastoril. No valía cualquier madera para hacerlas (normalmente eran de boj y de castaño), y el secreto estaba en saber sacarles un buen sonido.
En el Pirineo aragonés se han llegado a recoger varias parejas de castañuelas («pitos» o «pulgaretas»), que se conservan en el Museo del Serrablo (Sabiñánigo). La mayoría de las que se conservan en Sabiñánigo son bastante más modernas que las que mostramos en esta foto.
Este tipo de instrumentos son lo que en el Alto Aragón denominaban «castañuelas de pulgar» o «pulgaretas», más pequeñas que las «castañuelas de dance», en las que se empleaban todos los dedos. Es muy probable que en el Roncal tuviesen la misma denominación, si bien, Bernardo Estornés recoge en nuestro valle el nombre de «castañeta», y también «pito», «klisket» y «fordela».
El mes de febrero comienza con una serie de santorales y celebraciones que, en tiempos pasados, estaban muy presentes en nuestro pueblo por su carácter religioso y que sin embargo hoy en día pasan totalmente desapercibidas. Son las siguientes:
2 de febrero, celebración de la Candelaria:
La fiesta de la Candelaria, también llamada de la Luz, tuvo su origen en la antigua Roma donde la procesión de las candelas formaba parte de la fiesta de las «lupercales».
Las «lupercales» eran unas celebraciones cuyo nombre deriva de <lupus> (lobo) e <hircus> (macho cabrío). Una congregación especial de jóvenes, los Lupercos o Luperci, se iniciaban en la edad adulta durante un tiempo sagrado y transitorio en el que se comportaban como lobos humanos. Finalizaban este periodo con una procesión carnavalesca que acompañaban de candelas, y cuyos gritos, cantos y bailes llegaban a ser obscenos.
Con el paso del tiempo la Iglesia prohibió y condenó, en el año 494, la celebración pagana de las «lupercales». Quiso cristianizar esta festividad y la sustituyó por la fiesta de la Purificación, que se celebraría el 2 de febrero con la procesión de las candelas. Y es que, precisamente, el 2 de febrero se cumplen 40 días desde el 25 de diciembre, fecha del nacimiento de Jesús.
En Burgui, el 2 de febrero, y como reminiscencia de esta celebración de la Candelaria, se llevaban las velas a bendecir a la Iglesia.
3 de febrero, festividad de San Blas:
Era costumbre en Burgui acudir a la Iglesia para bendecir alimentos, caramelos para la garganta y sal para los animales.
Hubo también en Burgui una ermita dedicada a San Blas y que estaba en el mismo pueblo. Sobre su solar se construyó lo que después fue la Casa del Maestro, en la calle La Peña, entre lo que hoy es la casa Calero y la casa nueva del Maestro.
5 de febrero, festividad de Santa Águeda:
En Burgui se elaboraban roscos este día y cada familia llevaba a bendecir el suyo a la iglesia. Existía también una costumbre muy curiosa, y era que siempre un pedazo de ese rosco se introducía en los arcones roperos y en los armarios para preservar a la casa de los incendios y a las ropas de los efectos de la polilla.
Sin embargo siglos atrás el día de Santa Águeda era un día muy especial en nuestro pueblo. Hace 404 años exactamente (en 1613) hubo en Burgui un conflicto social que tenía su origen en la discriminación que en aquellos años sufrían los agotes, no solo en Burgui, sino en todo el Pirineo navarro. Aquél conflicto derivó en un proceso judicial, y en consecuencia generó una documentación basada en declaraciones de testigos, dictámenes y sentencias, que hoy nos sirven para conocer con cierto detalle cómo pensaban, actuaban y vivían nuestros antepasados.
Y gracias precisamente a este proceso ha llegado hasta nuestros días el conocimiento de que el día de Santa Águeda era costumbre en nuestro pueblo juntarse en la iglesia en un momento determinado al menos un vecino de cada casa. Delante del abad cada cabeza de familia introducía la llave de su casa en un zakuto; en aquel tiempo las llaves llevaban un cordel con una tablilla colgando en la que iba tallada alguna inscripción identificativa de la casa cuya puerta abría esa llave.
Una vez que todos habían introducido su llave, se revolvían estas, y se procedía en sentido inverso. Uno a uno, cada cabeza de familia metía la mano y sacaba una llave, de tal forma que se iban emparejando familias, familias que ese día se iban a reunir para comer juntos. A veces no todos los emparejados se llevaban bien, pero no se podía ir contra el destino, así que ese día tocaba convivir con quien te hubiese tocado.
Y el conflicto vino cuando los vecinos se negaron a que en ese zakuto pudiesen meter su llave los agotes, hecho este que fue contestado por el abad, que apelaba a la caridad cristiana. Y ese tira y afloja generó los papeles notariales que hoy nos permiten conocer, y dar a conocer, aquella tradición.
Cuatro siglos después aparentemente de aquella etnia marginada tan solo queda el conocimiento de su existencia. Sin embargo… la mezcla de apellidos que hoy vemos en nuestras familias, nos dicen que el espíritu cristiano de aquél abad felizmente se impuso.