La cencerrada trágica de 1611

Publicado Publicado por La Kukula en HISTORIA     Comentarios Escribe un comentario
Mar
21

Durante siglos ha sido objeto de burla que un viudo contrajera nuevas nupcias, por ello los matrimonios muchas veces eran celebrados casi de manera clandestina para evitar la cencerrada, barullo ruidoso con el que los mozos del lugar hacían sonar por las calles instrumentos de percusión como esquilas, o de viento al soplar cuernos vacíos mientras recitaban versos chuscos. Es lo que ocurrió precisamente en Burgui la noche del domingo 24 de julio de 1611.

 

Amonestaciones y ronda

Aquel día en la misa mayor se leyeron las amonestaciones previas al matrimonio de Sebastián Pérez, viudo, de unos 37 años de edad, quien quería casarse con Graciana Íñiguez, también viuda y de 33. Enterados de ello, con la anochecida, siete mozos del pueblo formaron cuadrilla para dar una cencerrada que terminó con consecuencias trágicas, ya que el novio recibió una fuerte pedrada en la frente y falleció pocos días después, tras indisponerse durante el banquete de otra boda.

Los datos del suceso se guardan en un documento de la sección de Procesos judiciales en el Archivo General de Navarra y la causa fue instruida por el secretario Pedro Zunzarren.

Los implicados

En aquellas fechas Pedro Glaría era el alcalde, que entonces comportaba también ser juez local. De sus pesquisas se deduce que Pascual Baines (hijo de Bertol Baines), Juan Ledea (hijo de Miguel Ledea), Miguel Bronte (hijo de María Galech, viuda), Gregorio Camín (hijo de Juan Camín), José y Miguel Gorría (hijos de Juan Gorría) y Domingo Gorría estuvieron implicados en los hechos y en un primer momento fueron conducidos a la cárcel de Burgui. Por la época las dependencias municipales disponían de calabozo.

Las investigaciones las realizó el alcalde en persona, ayudado por el escribano Miguel Ros, dado que el fiscal sustituto del valle de Roncal, García Galech, presentó acusación formal ya que en un primer momento los hechos fueron calificados de “medio homicidio”, cuando hoy hablaríamos de un delito de lesiones.

La pedrada

En su declaración Sebastián Pérez manifestó no saber quienes habían sido los participantes en la cencerrada, ni el autor del que partió la pedrada.

Nuestro protagonista vivía en “una rinconada y fuera de las calles”. Al escuchar el barullo “le pareció ser afrenta y salió de la casa a la puerta para decirles, como les dijo, que se retirasen de la puerta y se fuesen por las calles con Dios de allí”.

No pudo determinar si eran cinco o seis los participantes y él “estaba arrimado a las paredes y por ser tan noche no los pudo conocer quienes eran, mas solo les dijo que se fueran de ahí y sin otra ocasión ninguna le comenzaron a arrojar de pedradas y le acertaron con una en la cabeza y como se vio herido y de la mucha sangre fue tras ellos un poco y como iban los unos por una parte y los otros por otra corriendo por ello volvió a su casa y se echó en la cama sintiéndose malherido”, manifestó. Por la mañana le atendió el barbero Juan Pérez (por la época eran también sangradores y sacamuelas) y Sebastián sufrió un desmayo.

Edades de los acusados

En las declaraciones consta que Gregorio Camín tenía 15 años de edad, Juan Ledea 16 (quien añade que el primero en tirar una piedra fue Sebastián Pérez), Pascual Baines contaba 21, Domingo Gorría 20, Miguel Bronte 22, en tanto que José y Miguel Gorría tenían 16 años.

El alcalde condenó a Pascual Baines y Domingo Gorría con pena de “medio homicidio” y además, junto con Miguel Bronte, José Gorría, Miguel Gorría, Juan Ledea y Gregorio Camín “en todas las costas que se han hecho por causa de la dicha herida por haber sido todos ellos cómplices y camaradas y las paguen igualmente”, firmado el 28 de julio de 1611.

Fallecimiento el 17 de agosto

Cuando el asunto parecía resuelto desde el punto de vista judicial, el 7 de agosto sufrió un giro al indisponerse repentinamente Sebastián Pérez. El desfallecimiento previo a la muerte, que tuvo lugar diez días después, ocurrió durante el banquete de la boda de un cuñado.

Tras el desmayo, para mayor averiguación, el alcalde pidió declaración a dos cirujanos famosos, llamados Pedro García y Domingo San Martín, “para que viesen y reconociesen a Sebastián, que ratifican que la cura iba bien y la herida está situada en la frente, junto a los cabellos y que no tiene calentura y que el desmayo no procede de la herida sino de humores fríos en la cabeza y que a su parecer es de mal de gota porque le ha llegado dos veces con temblores”.

En el lecho de muerte acompañaron a Sebastián Pérez los vecinos Martín Sanz, de 50 años y Domingo Urdaspal, de 54, quien se encontraba “ trillando en las eras” cuando fue avisado.

Presos y hambrientos

Ante la posibilidad de que la muerte se hubiese debido a la pedrada, pese a los informes cirujanos, parte de los encausados fueron trasladados presos a las cárceles reales de Pamplona.

En concreto, “por la información que se envió a la Corte Mayor del reino van presos a las cárceles reales Pascual Baines, Juan Ledea, Miguel Bronte y Domingo Gorría”, mientras que “están ausentados Gregorio Camín y Miguel Gorría” -se habían ido del pueblo-, en tanto que “José Gorría está retirado en la iglesia parroquial”, lo que significa que se acogió a sagrado y mientras permaneciese allí no podía ser detenido por la autoridad civil. Fueron asignados como sus fiadores Juan Camín, Domingo Pérez, Pascual Ustés y Juan Gorría.

Los presos lo pasaron bastante mal dado que “Domingo y Miguel Gorría, hermanos, dicen que están padeciendo de hambre por no tener padres y ser las madres tan pobres que viven de limosna, de que siendo necesario darán información, y de que el tiempo que están presos se han sustentado de limosna que buena gente les han dado y si no se les da de comer como a pobres de solemnidad, han de morir de hambre”. Terminaban por suplicar al rey “que el receptor de penas les dé de comer como a pobres de solemnidad”.

El proceso, que quedó finalmente pendiente sin sentencia, no cuenta cuanto tiempo permanecieron encarcelados. Triste fin de una noche que pretendió ser divertida a costa de un viudo.

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