Me llamo Donato Mendive Tolosana y nací en Burgui un 12 de diciembre de 1893. A los 48 años, el 4 de marzo de 1942, sufrí un mortal accidente de almadía en la foz de Arbayún. Al cumplirse ahora 80 años de dicho infortunio dejo aquí relatada mi historia para que no caiga en el olvido.
Decía que nací en Burgui, Valle de Roncal, un 12 de diciembre de 1893, hijo de Francisco Mendive Ariño, natural de Castillonuevo, y de Francisca Antonia Tolosana Domínguez, natural de Burgui.
Mi madre había quedado viuda tras su primer matrimonio con Pedro Garbisu, con quien ya tuvo una hija, Fermina Anacleta Garbisu Tolosana, quien sería por lo tanto la heredera de todo el patrimonio familiar. En segundas nupcias mi madre se casó con mi padre, Francisco, con quien tuvieron siete hijos: Petra Eulogia (1879), Rosalía (1881), Salustiano Mariano (1883), José (1885), Clara (1887), María (1889) y servidor, Donato (1893).
Siendo el menor, y a diferencia de mis hermanos, yo no abandoné el pueblo que me vio nacer. Mi hermano José decidió probar fortuna emigrando a Argentina, de donde ya nunca regresó, tan solo llegaron algunas cartas y fotos que contaban noticias de su nueva vida. Algunas hermanas emigraron a Francia, donde trabajaron inicialmente en fábricas de alpargatas pero tampoco volvieron. Del resto de hermanos mayores no guardo ya recuerdo.
Mi hermanastra, Fermina, heredera de los bienes de la familia, falleció sin dejar descendencia, por lo que fue su marido José Lorente quien heredó todas las propiedades de nuestra familia. Y así fue como todos los bienes de la familia Mendive Tolosana pasaron a otras manos, puesto que José falleció sin descendencia tras casarse con Lorenza Iriarte Calvo, de Vidángoz, viuda de Quintín Mina, de Ustés, de cuyo matrimonio había nacido su única hija Juliana Mina Iriarte.
Mi niñez y mi juventud fue dura, ayudando a padre en los trabajos del campo y del monte. Al fin y al cabo, yo fui el único hijo varón que quedó en casa y responsabilidad mía era la de acompañar a padre en todas aquellas faenas y tareas en el huerto, los sotos, los quiñones y los pinares. Trabajo no faltaba y así es como me inicié de aprendiz en los trabajos del bosque, cortando pinos, destajando las ramas, arrastrando con caballerías los troncos y preparándolos en los ataderos construyendo tramos que luego otros, los veteranos, descendían por el río formando almadías. Qué envidia daba verlos navegar río abajo, a la búsqueda de nuevas aventuras, lugares y gentes. Era un viaje hacia lo desconocido para el que, de momento, no estábamos todavía preparados. Mi sitio era el pinar, a la vez que ayudaba en otras tareas de casa como cortar las hierbas, trillar en la era o entrecavar la huerta. Todas las manos eran pocas según la época y toda la familia contribuía en los trabajos.
Cerca de casa, junto al puente medieval, vivía una moza que rondaba mi edad. Dominica Bertol Ayerdi se llamaba. La veía casi todos los días, puesto que vivíamos cerca y pasaba varias veces por delante de su casa en la calle Mayor. Sus padres parecían mayores, luego supe que en realidad eran unos tíos-abuelos que la habían acogido como heredera al no tener descendencia. Nicolás Domínguez y Francisca Jaúregui se llamaban y ella era hermana de su abuela materna Jerónima. Pero en realidad Dominica era hija de Braulio Bertol Jaúregui y de Eustaquia Ayerdi Laspidea, ambos de Burgui, que vivían con el resto de sus hijos en la zona próxima a la iglesia del pueblo. Dominica acudía regularmente a su casa nativa puesto que a pesar de haber sido acogida por sus tíos era difícil y duro desvincularse de su propia familia. Era una joven esbelta, muy morena y apenas dos años más joven que yo, del 20 de diciembre de 1895.
La cosa es que Dominica y yo contrajimos matrimonio canónico en la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol de Burgui el 2 de octubre de 1918 ante el presbítero D. Joaquín Zudaire Garjón. Fue entonces cuando abandoné mi casa nativa y me trasladé, unos pocos metros más abajo, a la que habitaban, en régimen de alquiler, mi esposa Dominica junto con sus tíos. Para entonces mi hermana Fermina ya había fallecido y mi cuñado José era el nuevo amo de todos los bienes.
Mi matrimonio con Dominica fue fugaz. Apenas veinte años juntos en los que formamos una familia de la que nacieron nuestros cinco hijos: Pepita (1919), Florentina (1922), Iluminada (1925), Fidelio (1927) y Eladio (1931). Para entonces, a mis 25 años, yo ya era un tripulante de agua dulce, almadiero viajero que tras el trabajo en el bosque y en el atadero se embarcaba río abajo conduciendo almadías desde el remo delantero, sorteando curvas, salvando recodos, saltando presas y venciendo en cada viaje a los obstáculos que la vida ponía en nuestro camino. Con la juventud va asociada la aventura, el riesgo y la emoción sobre la almadía. Con la paternidad, apareció ya la responsabilidad, el temor y la preocupación. Pero era nuestra forma de vida, nuestro medio de subsistencia, nuestro pan de cada día para nuestras familias.
Del río Eska pasábamos al Aragón y del Aragón al Ebro. De las estrechas foces, con su angosto cauce y sus aguas bravas se llegaba a la calma, a ríos anchos y tranquilos, tan solo salpicados por pequeños puertos o presas donde encarar la punta de la almadía para un buen salto. Formábamos cuadrillas de almadieros, buenos hombres y compañeros, que generalmente trabajábamos para el mismo amo, maderistas de nuestra zona que nos contrataban, unas veces solo como almadieros y otras, la mayor parte, para realizar también los trabajos en el bosque. Tenía su encanto. Pero también su soledad, acentuada por el distanciamiento de nuestros seres más queridos. Había veces en las que los trabajos eran en pinares próximos al pueblo, por lo que cada día acudíamos a dormir a casa, no sin antes una buena caminata. Si el lote estaba más alejado pasábamos varios días en el bosque, durmiendo en bordas en el mejor de los casos o en cabañas que nosotros mismos construíamos colocando ramas y en colchones a base de bojes. A mi me gustaba bajar a casa y, aunque cansado, agrupar a toda la chiquillería en torno a la lumbre del fogón y recitarles coplas, canciones y oraciones que mi padre me enseñó. También algunas cuentas, pues bueno era transmitir también algunos conocimientos que bien les vendrían el día de mañana. Ante todo, espabilados. Cuando regresaba de almadiar de tierras de la Ribera, no había viaje que no subiera regalices de palo para todos los hijos. Modesto regalo era, pero bien apreciado.
Dominica la pobre tenía que encargarse en mis ausencias de todo el trabajo diario, que no era poco precisamente. Al cuidado de los cinco niños se sumaba el de la tía Francisca, pues el tío Nicolás ya había fallecido unos años antes. El huerto estaba cerca de casa, pero la huerta de los Sotos y los quiñones subiendo a Sasi requerían también un esfuerzo al que ya iban ayudando los hijos. A esto se le añadían los trabajos diarios de casa como cocinar y realizar la colada, así como atender los animales, apenas unas gallinas, conejos y el cerdo, que todo venía bien para tantos, así como una burra que nos ayudaba a acarrear leña o las patatas que sembrábamos en los alejados campos de Urdazpe. Pepita, la mayor, tuvo que aprender a trabajar pronto. «Lástima que no hubieras sido un chico», le comentaba en más de una ocasión. Con ella compartí muchos momentos, pues ella era quien desde bien pequeña me traía el morral con la comida cuando trabajaba en el monte, quien me acompañaba a la huerta o quien traía a casa en la burra la leña que hacíamos en el monte. Qué miedo le tenía a la burra, pues era una burra guita y más de una vez le tiró toda la leña al suelo. Yo solía poner lazos cerca de las sendas para cazar conejos a primera hora cuando iba al monte y Pepita recogía luego las piezas que caían cuando venía al mediodía a traerme la comida.
Así transcurría nuestra vida cuando la casa en la que vivíamos de inquilinos se puso a la venta, ofreciéndome su propietario la posibilidad de comprarla. Pero no eran buenos tiempos para comprar casa con un solo jornal y cinco bocas que alimentar. Las necesidades eran muchas y los recursos, escasos e inciertos. Pese a los ánimos del propietario para acordar unos cómodos pagos, por prudencia acabamos abandonando esa casa, que fue comprada para acoger la actual panadería del pueblo. Nos trasladamos entonces, también en alquiler, a otra casa en la parte alta del pueblo, llamada casa Pedro León.
Allí nos tocó el estallido de la Guerra Civil y allí falleció Dominica, mi mujer, en el año 1939 a la injusta edad de 44 años, contando Eladio, el menor de los hijos, con solo 8 años de edad. Una enfermedad mal diagnosticada y peor tratada por el médico cirujano del pueblo fue el desenlace final para Dominica, cuyos restos reposan en el camposanto de Burgui. Pepita, con 20 años de edad entonces, fue a la fuerza hermana y madre para todos los demás hermanos.
Yo ya contaba con cierta edad, 46, y el trabajo en la almadía se hacía cada vez más duro de soportar. Largas caminatas hasta los ataderos, viajes arriesgados y difíciles, siempre mojados hasta la cintura, a veces con los pantalones cuarteados por el hielo, compañeros que sufrían golpes o caídas o graves enfermedades provocadas por las duras condiciones en el río. Noticias que llegaban de otras almadías del valle que habían sufrido percances, alguno incluso con accidentes mortales, pues muchos de los almadieros no sabían ni siquiera nadar. En esos años la mayor parte de los mozos del pueblo, y no tan mozos, éramos almadieros. Almadieros o pastores. Unos río abajo con las almadías y otros cañada arriba y abajo con los rebaños de ovejas. El de almadiero estaba algo mejor pagado y, al menos en la juventud, satisfacía el deseo de la aventura y la curiosidad. Llegar a una ciudad como Zaragoza era todo un descubrimiento de gentes, modas y tendencias que luego contábamos a nuestra vuelta.
Hacia el año 40, otra vez por la venta de la casa en la que vivíamos, tuvimos que mudarnos de nuevo. Esta vez a casa Molinas, próxima al río y a la casa en la que vivimos inicialmente y que ya era la panadería. Y también nuevamente de alquiler. Esta casa se había quedado deshabitada unos pocos años antes, tras el fallecimiento en el año 1936 tanto de su propietario, Nazario Labiano Calvo, como de su segunda mujer, María Isabel Glaría López, con la que se había casado tras quedar viudo de Bonifacia García Zabalza. El destino quiso que Nazario quedara viudo y solo, a pesar de tener cuatro hijos, pues sus dos hijas emigraron a Francia y sus dos hijos a Argentina. Ninguno de ellos volvió jamás. Su segunda esposa ya tenía una hija, Eusebia Bronte, a más razón curra, por algún accidente mal curado que debió de tener en la infancia. Su padre, Angel Bronte, era de casa Foroso, y por ello su hija Eusebia recibía el mote de “la curra forosa”.
Junto con el alquiler de la casa Molinas acordamos también el de su pajar, situado nada más pasar el puente medieval, en el término llamado Lizabarroa o Sitxea, y que Nazario Labiano había edificado en el año 1918 tras comprar el solar en la subasta de terreno realizada por el ayuntamiento para la edificación de diferentes pajares. La casa estaba muy descuidada desde la marcha de Eusebia, pues no siendo hija natural de Nazario no era ella la heredera, sino los cuatro hijos repartidos por Francia y Argentina que habían abandonado Burgui para siempre.
En marzo del año 1942 dos almadieros de Burgui fuimos contratados por un maderista de casa Bernat, del vecino pueblo de Iciz en el Valle de Salazar, para conducir una almadía por el río Salazar. Qué poco nos gustaba ese río para almadiar si venía crecido, pues el paso por la foz de Arbayún era especialmente complicado. Una determinada marca que existía en una roca en el cauce, dependiendo de si quedaba al descubierto o tapada por el agua del río, marcaba la dificultad o imposibilidad de navegar con almadías por esa foz. Adentrarse almadiando sin verse la marca era algo que muchos almadieros evitaban, salvo que quisieran poner a prueba su pericia y experiencia.
Me despedí de mis hijos el 4 de marzo de 1942 prometiéndome a mi mismo y prometiéndoles a ellos que ese era el último día que acudía a almadiar a ese río. Salí al punto de la mañana junto con Fidel Aznárez, compañero almadiero de Burgui, unos diez años más joven que yo. Queríamos llegar cuanto antes al atadero donde ya nos esperaba la almadía que teníamos que tripular hasta donde nos dijera el amo, un tal Compains de importante casa maderera. El Salazar bajaba bravo y furioso, pero no estaba crecido de riada por lo que parecía sensato almadiar. No sería la primera vez en la que, tras ver el río, había que abandonar y aplazar el descenso de la almadía para poder hacerlo en condiciones más seguras para los almadieros.
Ese día iniciamos el descenso, yo de “puntero” con un solo remo delante de la almadía y Fidel de “codero” detrás, mano a mano, como tantas otras veces ya habíamos descendido.
Al aproximarnos a la foz de Arbayún vimos que algunas almadías permanecían amarradas a la orilla, tal vez desaconsejando continuar el trayecto pero el encargo de Compains era urgente y la entrega de la madera debía realizarse lo antes posible. Un giro de cabeza y una mirada fue suficiente para confirmar nuestro propósito de seguir adelante. Teníamos experiencia, muchos viajes tripulando almadías, sorteando obstáculos y jugando a vencer a la muerte. De reojo pudimos ver que el fuerte caudal del río no terminaba aun de rebasar la maldita marca de la roca. Encaramos la foz rápidos, apretando con todas mis fuerzas el remo que nos guiaba. La sensación del paso por la foz siempre resultaba angustiosa pues se trataba de un auténtico callejón formado por inmensas paredes verticales que se abrían paso en el desfiladero. Un poco más adelante estaba el llamado “puerto largo”, un paso especialmente estrecho con un prolongado puerto a modo de presa tras cuyo salto el tramo delantero se hundía en el cauce a la espera de ser reflotado de nuevo y de forma inmediata por la fuerza que ejercían el resto de tramos que componían la almadía. Tan estrecho era ese punto de paso que un pequeño golpe seco e incierto de la almadía contra algún saliente de la roca vertical podía provocar que el tramo delantero chocara y frenara en seco. Y eso es precisamente lo que nos ocurrió.
El impacto fue tan brusco que caí rápidamente sobre los troncos, quedando la almadía atascada en su primer tramo. El resto de tramos, empujados por la fuerza del río, fueron amontonándose unos encima de otros formando una pila de maderos que crujían y se rompían, cayendo varios de ellos que aun permanecían unidos sobre mi cuerpo tendido. Fidel, en cuclillas y agarrado todavía al remo del tramo trasero pasó por encima de mí arrastrado por la fuerza del río. La corriente nos desplazó varios metros aguas abajo, donde pude agarrarme a una berguizera que sobresalía próxima a la orilla. Todo fue muy rápido pero lo suficientemente lento como para ser consciente de la gravedad del accidente, de las lesiones producidas, de la pérdida total de la madera y de que en Burgui aguardaban mi regreso mis cinco hijos a los que había prometido nunca más almadiar en ese río. No podía abandonarlos de esta manera pero la vida a veces es cruel y se ensaña con los más desgraciados.
En las inmediaciones de la zona se encontraban trabajando Jesús Nicuesa Irigoyen junto con su hijo José Nicuesa Pérez, carboneros de la cercana localidad de Lumbier, más concretamente de casa Paulo. Se encontraba con ellos también una hermana, Pilar, que ese día había acudido a ayudarles a recoger el carbón. Todos ellos acudieron raudos a mis gritos desesperados de “Ay, madre; ay, madre” pues el dolor que sentía tras ser aplastado por los troncos era extremadamente intenso. Padre e hijo bajaron a brincos desde una canaleta de agua existente hasta el lugar del río en el que yo me encontraba paralizado agarrado a una mata.
Mi compañero Fidel se encontraba unos metros aguas más abajo del puente de Usún, en medio del cauce del río sobre un tramo roto de la almadía. Fue socorrido por Enrique, cabrero de casa Valentín, también de Lumbier, que se hallaba en el lugar con el rebaño de cabras y que acudió también alertado por nuestros gritos. Valentín estaba convaleciente pues todavía le supuraban las heridas provocadas en las piernas por la metralla de la Guerra Civil pero se metió al río a socorrer a Fidel sin vacilar ni un solo momento.
Jesús Nicuesa consiguió cogerme en hombros para sacarme del río y subir a la senda, mientras que su hijo José, un mozo de 19 años de edad, apoyaba sus manos en mi cuerpo para ayudar a su padre con mi carga. Consiguieron subirme al burro que allí tenían con dos sacos cargados de carbón a cada lado, no sin antes enrollarme en dos mantas por debajo de los brazos bien prietas y atadas con una soga para que yo fuera lo más apretado posible. Desde allí, y en esas condiciones, emprendimos camino por una senda hacia el pueblo de Usún. Allí salieron a nuestro encuentro con un macho y una escalera a modo de camilla y a pesar de la insistencia de los carboneros por continuar la marcha, acabaron por pasarme a la camilla tirada por el macho, emprendiendo camino hacia Domeño y de allí hacia el hospital de Lumbier.
El trayecto se hizo largo y penoso, el dolor insoportable y el pensamiento en mis hijos desolador. Me llevaron directamente a la “erica”, pues ahí estaba el edificio del Hospital de Lumbier, donde fui atendido por el médico José Gómez Itoiz, quien a la vista de mi grave estado solicitó que me llevaran esa misma noche en automóvil al Hospital Provincial de Pamplona.
Mi hija mayor, Pepita, se encontraba esa tarde en Burgui lavando la ropa en el río junto con su inseparable amiga Esperanza Ayerdi, quien no dejaba de cantar y silbar mientras lavaban. Algo presentía Pepita, pues le reprochó que no cantara tanto, que alguna desgracia ocurriría. Horas más tarde recibían el aviso del fatal accidente y alertados de la gravedad varios familiares emprendían andando camino hacia Navascués subiendo por el monte de Larringorrea. La tormenta que se desencadenó esa noche fue tal que los relámpagos iluminaban el trazado de la senda que luego se convirtió en barranco por la gran cantidad de agua que bajaba. De Navascués siguieron hacia Lumbier, donde ya llegaron al día siguiente, esperando allí encontrarme. Tras ser informados de mi traslado a Pamplona, tuvieron que esperar al día siguiente para tomar el autobús regular que cubría el trayecto de Lumbier a Pamplona.
Pero no llegaron a tiempo. A las once horas del día 7 de marzo de 1942, yo, Donato Mendive Tolosana, fallecí en el Hospital Provincial de Pamplona a consecuencia de un shock traumático y hemorrágico que me provocaron los golpes de los troncos de la almadía tras el impacto en la foz de Arbayún. Ante la ausencia de familiares, mi cuerpo fue dado sepultura en el cuadro 6, línea 19, fosa 19 del Cementerio Moderno de Pamplona, lejos de mi Burgui que me vio nacer y del camposanto donde reposaba mi mujer Dominica.
A mis 48 años de edad perdí la vida sobre la almadía, dejando huérfanos a mis cinco hijos. No había otro pensamiento en mi cabeza desde el momento del accidente que no fuera poder abrazar a mis hijos, decirles lo mucho que les quería, que fueran buenas personas en la vida y que sentía haberme montado en esa almadía que me condujo a la muerte, que sentía haberles dejado solos, que sentía el porvenir realmente duro que les esperaba. Pero la vida a veces es cruel y se ensaña con los más desgraciados.
Reportaje elaborado mediante testimonios orales y diversa documentación investigada por Iñaki Ayerra en homenaje, reconocimiento y admiración a la figura su bisabuelo Donato Mendive Tolosana.
Veíamos en el boletín anterior cómo el 23 de febrero del año 1961 se procedía a la venta por parte de Máxima Larequi Urzainqui del edificio que, junto con sus hermanos María Socorro y Antonio, habían regentado como tienda, bar, restaurante y fonda bajo el nombre de Larequi.
Una parte del edificio era comprado a partes iguales por José Ayerra, su mujer Gregoria Salvador y la hermana de esta, Petra, para continuar con el negocio. En este boletín profundizaremos en la historia de esta nueva etapa bajo el nombre ya de «Fonda Ayerra».
Corregiremos antes algunos detalles de la «Fonda Larequi» incluidos en el boletín anterior. Por un lado, Eugenio Larequi se casó con María Glaría, de casa Portalatín, y no Gárate, como por error se indicaba. Por otro, Guillermo Larequi Hualde habría nacido en la hoy conocida como casa Bidangoztar, nombre que posiblemente recibiría después por algún antepasado oriundo de Vidángoz. Podemos confirmar también que Guillermo Larequi regentó bajo su nombre en los años 20 del siglo pasado una fonda en la calle Espoz y Mina 11 de Pamplona. Sabemos que antes se denominó «Fonda de San Julián» y «Hotel Regional». Tras su cese del negocio para regresar a Burgui, fue regentado por la viuda de Cipriano Zalguizuri y se conocía como Casa de Viajeros «Los nuevos roncaleses». Hoy ocupa este edificio el actual «Restaurante Europa».
Una vez hechas estas puntualizaciones, nos centramos ya en la conocida como «Fonda Ayerra«.
El nexo de unión entre la fonda Larequi y la fonda Ayerra es Petra Salvador Ustés. Nacida en Burgui en casa Garate en el año 1907, se casó con el izabar Pascual Ustárroz Petrox, de casa Gardacho, y se trasladó a vivir a Isaba. Pero enviudó pronto, un 25 de noviembre de 1942. Permaneció varios años en Isaba haciéndose cargo de la casa, atendiendo a sus suegros ya mayores y al cuidado de las vacas de la familia. Cuando ya se quedó sola en la casa comenzó a visitar con más frecuencia su pueblo natal, compaginando el alquiler de habitaciones a carabineros que trabajaban por la zona. En el año 1957 vendió la casa y se trasladó a vivir definitivamente a Burgui, trabajando primero en casa Ramón y después en la fonda Larequi, donde se quedaba alojada. Aprendió bien el negocio de la fonda durante varios años.
A finales de los años cincuenta, las hermanas Máxima y María Socorro Larequi Urzainqui, que regentaban dicha fonda, vendieron una parte del edificio, del patio y del huerto a los hermanos Sanz Zabalza, de casa Larrambe, para su conversión en viviendas.
La otra parte del edificio, con la que apuraron los últimos años del negocio, se la propusieron vender a Petra, quien ya trabajaba con ellas en la fonda. Petra, junto con su hermana Gregoria y su marido José Ayerra, fueron los que con fecha 23 de febrero de 1961 formalizaron la compra, a partes iguales, del resto del edificio y del patio haciendo uso de sus ahorros y del dinero prestado por los parientes.
José Ayerra Garate nació el 5 de agosto de 1920 en casa Ayerra, hijo de Martín Ayerra Lorente -de casa Ayerra- y de Pascuala Gárate Larrambe -de casa Larrambe-, quienes tuvieron seis hijos: Inocencio, Francisco, Félix, Hermenegilda, José y Felisa. La familia Ayerra (Martín y sus hijos Inocencio, José y Paco) eran unos auténticos profesionales de las prácticas de la pesca y de la caza, de cuya venta de pieles obtenían un importante ingreso para la economía familiar. José, aunque en menor medida que su hermano mayor Inocencio, también se dedicó al oficio de almadiero y al trabajo de la madera. Casado con Gregoria Salvador Ustés el 27 de mayo de 1950, falleció en Burgui en el 8 de septiembre de 2010.
Petra y Gregoria nacieron en octubre de 1907 y febrero de 1926 respectivamente en casa Garate, hijas de Lorenzo Salvador Glaría -de casa Garate- y de Bernarda Ustés Elizalde -de casa Mañuelico-, quienes tuvieron ocho hijos: Petra, Francisco, Hipólito, Dionisio, Teodoro, Alberto, Martín y Gregoria.
Tras la compra en 1961 de una parte del edificio de casa Larequi (antes conocida también como casa Lampérez) se llevaron a cabo varias obras y reformas. Una de las principales fue la remodelación del bar, que en la época de Larequi también acogía una tienda. Así, se abrió una puerta de acceso directo desde la plaza -sobre la que se pintó el nombre de «Bar La Alegría»- y se hizo un pequeño baño en la misma entrada. Se trataba de un bar alargado, con una estufa de leña al fondo junto a los ventanales del patio y una barra de gran altura atendida por José Ayerra. Con el paso de los años el bar tuvo diversas mejoras para adaptarlo a los nuevos tiempos: televisión, cafetera expreso, cámaras frigoríficas, reforma del sistema eléctrico, colocación de aparatos de música… Los colores de sus paredes también fueron cambiando con el tiempo desde un beige, pasando por sucesivos verdes y finalmente verdes y rojos.
En noviembre de 1962 se solicitó el cambio de titular y denominación, así como de categoría del establecimiento. Estando la anterior fonda Larequi clasificada como «posada» a efectos del Ministerio de Información y Turismo, José Ayerra solicitó la categoría superior de «casa de huéspedes». En la documentación generada a tal efecto existe una carta fechada el 2 de noviembre de 1962 del Gobierno Civil al delegado provincial de Información y Turismo en el que manifiesta que «interesados informes de D. José Ayerra Gárate a los efectos de legalización de una industria de hospedaje le participo que según la Guardia Civil en informe recibido dicha persona es de buena conducta moral, pública y privada, estando bien conceptuado socialmente».
Figura también en la documentación del expediente que se dispone de «dos comedores con total de 19 plazas, dos servicios por cliente, con servicios de piedra de buena calidad, servilletas de algodón, cubiertos de alpaca, cristal duralex, todo sin marcar». Añade también que «cada dormitorio tiene doble juego de sábanas, dos mantas, colchones de lana del país, alfombras corrientes y sillas».
En 1963, tras su autorización ya como «casa de huéspedes«, figuraban los precios siguientes: desayuno, 10 pesetas; almuerzo, 45 pesetas; cena, 45 pesetas; baño, 5 pesetas; habitación de 1 plaza, 25 pesetas; habitación de 2 plazas, 45 pesetas.
En marzo del año 1969 se inicia un nuevo proceso de clasificación como «fonda«. En la documentación existente se indica que el edificio fue construido aproximadamente en 1870, que el aspecto general es antiguo y que dispone de tres plantas con 9 habitaciones (2 interiores y 7 exteriores) con un total de 15 camas. Existe «teléfono general, cuarto de aseo general, dos servicios auxiliares con lavabo e inodoro, uno con placa turca». La Dirección General de Empresas y Actividades Turísticas indica que «se debe sustituir la placa turca por taza normal», debiendo realizarse las obras en un plazo máximo de 8 meses. Es en esta época cuando se realiza una reforma importante que mejora las habitaciones y los dos baños, cambiando también los suelos de la cocina y del comedor. Se modifican las escaleras de acceso a la primera planta y se construyen de una sola tramada desde la entrada en lugar de los tres tramos existentes. Tras la realización de estas obras, en 1970 se concede una nueva clasificación como «fonda» por parte del Ministerio de Información y Turismo.
Años más tarde se arreglaron las fachadas y, juntamente con las viviendas de los hermanos Sanz Zabalza, se colocó piedra en los zócalos y en las ventanas, siendo la actual imagen exterior del edificio. La forja de los balcones se mantiene seguramente desde sus orígenes.
A lo largo de los años, Petra, Gregoria y José regentaron los negocios de bar, fonda y comidas. José estaba al frente del bar; Petra, generalmente se encargaba de la cocina y Gregoria atendía a los clientes y el servicio de habitaciones.
Disponían de dos cocinas de leña de gran tamaño donde se cocinaban ricos guisos de carne, caza y pescados para el servicio de comidas de la fonda. Muchos todavía recuerdan los exquisitos fritos de calamar de los domingos y los estupendos guisos preparados por Petra. Además, cultivaban las verduras en varios huertos; criaban conejos, gallinas, pollos y cutos en un pajar; recolectaban manzanilla y tila; y elaboraban pacharán, todo para ofrecer un servicio selecto a la clientela.
A lo largo de los años contaron con la ayuda y colaboración de varias personas que trabajaron en el negocio. Destacamos a las hermanas María Jesús y Pascuala Iglesias Iglesias, nacidas en Sigüés, en casa Ricardo, en los años 1934 y 1936 respectivamente. La familia Iglesias tenía ovejas y en los años 40 subía su tío Saturnino Iglesias Sanz a la borda de Garate en el barranco de Cegarra. Así, año tras año, surgió la amistad con la familia Garate y la relación de Petra y Gregoria con las hermanas Iglesias se fue incrementando en las visitas a las fiestas. En los años 60 María Jesús y Pascuala, ya mozas, subían a ayudar cuando se les requería, como en las fiestas del pueblo por San Pedro, atendiendo el bar o en otras fechas de más trabajo.
Trabajaron también en la fonda otras personas como Dolores Glaría de casa Onpedro y María Salvador, así como diversos familiares como Leonor Oseta, Petra Ansó, Martín Salvador, Ana Mari Lacasta, María Jesús Sanz o los sobrinos Teodoro, Jesús Mari, José Alberto y Luis Javier Salvador. Otras muchas mujeres echaban también una mano en acontecimientos especiales como bodas, bautizos, comuniones, cantamisas, fiestas, nocheviejas… así como en numerosas comidas y cenas de cuadrillas del pueblo.
A lo largo de los años de la fonda Ayerra fueron muchos y variados los huéspedes y personajes variopintos que, de forma puntual o más continuada en el tiempo, se alojaron en este establecimiento, creándose auténticos lazos de amistad en muchos casos.
Existían varias personas que tenían habitación reservada todo el año, independientemente de que acudieran o no, si bien eran prácticamente fijos durante los veranos, navidades y semana santa. En algunos casos eran amigos y en otros coincidían en fechas estando alojados.
De especial mención son las estancias de Jesús De Bilbao, que visitaba las casas del valle para realizar su trabajo de protésico dental; José Zazpe, taxista; Santos Itarte, propietario de chorizos Itarte, en aquella época en la calle Estafeta de Pamplona; Fidel Leache; Paco Loiarte, de San Sebastián; o Angel Lapuerta Sánchez, coronel mutilado de guerra, al que llamaban «el tuerto» porque en la guerra perdió un ojo, y que acudía los domingos a misa con el traje militar de gala y numerosas medallas; José Zalguizuri, originario de Isaba que se encariñó de Burgui y sus gentes, llevaba siempre dos piedras en el bolsillo que hacía sonar a modo de castañuelas; Henry y Aida, matrimonio inglés que una vez jubilados recayeron en Burgui sin saber hablar castellano y que volvieron a la fonda durante muchos años todos los veranos.
Veraneaban también diversas familias como la de Emilio Arzoz; los Reza de San Sebastián, en donde regentaban un negocio de peletería; los Zalguizuri; la de Patxi Zabaleta Azpitarte, asesinado por ETA en Elgoibar en 1988, y aficionado a la caza de palomas; Larrañaga…
Se alojaban también diferentes viajantes y comerciantes ambulantes que acudían al valle, como José Condearena, vendedor ambulante de la tienda Condearena en la calle Mercaderes de Pamplona, que se desplazaba por los valles de Roncal, Salazar y Aezkoa portando dos grandes maletas con muestras de ropa con las que recogía pedidos casa por casa y que posteriormente se enviaban a través del autobús de línea embalados en papel marrón y cuerda de esparto; acudían otros vendedores de ropa como los Zamoranos, Casals, Manolo Erro y los hermanos Rosino; de alimentación, como Benjamín, el ajero de Sangüesa; y Riera, comprador de lanas.
Acudían también otras personas que por su trabajo se desplazaban y establecían su parada en la fonda de Burgui como los chóferes de la empresa Eiforsa de La Peña (Huesca), que transportaban en camiones maderos de pino para su conversión en postes para líneas de teléfono, recordando especialmente aLuis y Asterio; numerosos camioneros, como los hermanos Pena o los de gaseosas Landa de Sangüesa; los butaneros, que se desplazaban por el valle repartiendo bombonas cada semana y acudían a comer a la fonda. Y todo trabajador, turista, visitante, montañero o pescador que venía a Burgui acudía a la fonda para comer o alojarse.
Fue residencia habitual también de los notarios, que acudían regularmente una vez al mes y recibían a las personas interesadas en sus servicios en una sala en la fonda; de los médicos, como como Héctor Eduardo Pintado Sandoval (peruano y que de Burgui se fue a ejercer a Zaragoza en 1979), Fernando Paniagua o Jesús Arana, hasta que se construyó la denominada “casa del médico” en la plaza; la secretaria del Ayuntamiento, Raquel Pérez de Iriarte, hasta que el ayuntamiento construyó un piso en la propia casa consistorial; el párroco José Antonio Mateo, en sus últimos años de servicio tras dejar de residir en la casa parroquial del pueblo y antes de retirarse a Loyola.
El salón de la fonda, que todos los domingos servía para sesión de baile, se convertía durante los otoños en lugar improvisado para la recogida de hongos robellones. Desde Cataluña se desplazaban a Burgui diversos comerciantes hongueros, como Boigas, Serafín o Paco, que con furgonetas o camiones recogían las barquillas de hongos que previamente se habían seleccionado y pesado en la fonda, a donde acudían los vecinos de Burgui y de otros pueblos del valle a vender las cestas de hongos que previamente habían recolectado por los montes.
Ya en los años noventa y por su condición de almadiero veterano y artífice de la fundación de la Asociación de Almadieros Navarros, José Ayerra recibió también en su casa a numerosas personas relacionadas con las almadías, como la amistad forjada con el sangüesino Javier Beúnza o la visita del aragonés José Antonio Labordeta en 1992, conductor en aquella época de la serie «Un país en la mochila» con motivo del programa dedicado al Valle de Roncal.
Desde su apertura en el año 1961, José, Gregoria y Petra trabajaron sin descanso hasta mitades de los años ochenta. El bar La Alegría se cerró definitivamente en enero del año 1986, y la fonda poco antes, ofreciendo solo servicio de camas. Pocos años más tarde enfermó Gregoria y a partir de entonces solamente alojaron a compromisos con el pueblo (orquestas en fiestas, por ejemplo) y a familiares, amistades y clientela de toda la vida.
Sirva este reportaje para honrar el trabajo, esfuerzo y dedicación de José, Gregoria y Petra durante más de 25 años, acogiendo en su casa siempre con la puerta abierta a todos los que allí acudían, forjándose auténticos lazos de amistad que perduraron con el paso de los años. Forma parte la fonda Ayerra de gran parte de los recuerdos de muchas generaciones de burguiarras que vivieron allí momentos muy especiales, recordando el cariño y la alegría con los que siempre éramos recibidos. En nombre del pueblo de Burgui, muchas gracias de corazón.
Agradecemos la documentación e información facilitada por Greoria, Luis Javier, Fernando y Lucía Salvador, por Ana Mari Lacasta, así como a todas aquellas personas que nos han compartido sus recuerdos para poder elaborar este reportaje. Nuestro agradecimiento también al Archivo Contemporáneo de Navarra por facilitarnos el acceso a los diferentes documentos que conforman el expediente de este alojamiento.
Figura documentado que ya a finales del siglo XIX existía en Burgui un hospedaje conocido como «Fonda Lampérez» en la casa del mismo nombre y que estuvo regentado por Antonio Lampérez. Con el paso del tiempo este establecimiento tuvo diferentes propietarios que cambiaron su nombre, siendo denominado después fonda Larequi y finalmente fonda Ayerra.
En este boletín vamos a centrarnos principalmente en los orígenes de la fonda, más inciertos y menos documentados, y en su etapa como fonda Larequi, dados los numerosos documentos, fotografías y testimonios a los que hemos tenido acceso. Dejamos para un boletín posterior la última etapa como fonda Ayerra, de la que también disponemos de numeroso material.
Casa Lamperez comprendía en aquella época los edificios que actualmente ocupan la antigua fonda Ayerra con su patio y las viviendas de los hermanos Sanz Zabalza con su huerto. Era por lo tanto una casa de grandes dimensiones con amplios espacios que concedían servicios adicionales al establecimiento.
Vista del pueblo de Burgui con casa Lampérez en el centro con patio y huerto hacia años 30
Sabemos que el tal Antonio Lampérez, cuyo apellido familiar da nombre a la casa y a la fonda inicial, nació hacia 1840 y que se casó en segundas nupcias con María Alastuey el 14 de julio de 1891. Ya viudo, falleció en 1920 a los 80 años de edad. Ya en 1886 figura regentando una abacería, una especie de tienda donde se venden al por menor productos no perecederos como aceite, vinagre, legumbres secas, bacalao…Con mucha seguridad existiría también ya el negocio de la fonda en la vivienda, desconociendo su origen. En 1908 gestionaba también con otros el molino harinero, así como una de las cuatro tiendas de comestibles.
En el Libro de Matrícula de la Parroquia de Burgui del año 1908 figuran viviendo Antonio Lampérez (unos 70 años, ya viudo de María Alastuey) con Sebastiana Urzainqui Recari (23 años), Cándida como «criada» y Pascual Ramón Alastuey (posiblemente familiar de María). Y un año más tarde en 1909 se añade al censo de casa Lampérez un nuevo miembro, Guillermo Larequi (33 años). De Guillermo y Sebastiana sí que tenemos más información si bien desconocemos qué relación les unía con Antonio Lampérez. Tal vez siendo viudo y sin descendencia, con un comercio de tienda y seguramente ya de fonda, era práctica habitual en aquella época que donaran sus bienes a una persona o matrimonio a cambio de que se hicieran cargo de él hasta su muerte, e incluso podría haber algún vínculo familiar entre ellos que desconocemos.
Guillermo Larequi Hualde, nació en Burgui en 1876 posiblemente en casa Larequi o Bidangoztar, falleciendo en Burgui el 24 de septiembre de 1929 a los 53 años de edad. En 1916 figura como alcalde. Sabemos también que emigró durante unos años a Chile y Venezuela, regresando con cierta fortuna.
Sebastiana Urzainqui Recari, nació en Burgui en 1885 en casa Mastuzarra, hija de Domingo Urzainqui Garate y Sebastiana Rosalía Recari Glaría, falleciendo el 17 de mayo de 1955 a los 70 años de edad.
Sebastiana Urzainqui Recari y Guillermo Larequi Hualde
Guillermo y Sebastiana regentaron por lo tanto los negocios de la tienda y fonda de casa Lampérez, conviviendo con el propio Antonio Lampérez hasta su fallecimiento en 1920. A lo largo de los años tuvieron siete hijos: Eugenio; dos niñas gemelas, María de Sancho Abarca y María Antonia de Sancho Abarca, que fallecieron en los primeros años de vida; Mario; Máxima; Antonio y María Socorro.
Hay que indicar que la Virgen de Sancho Abarca se encuentra en Tauste y que era muy venerada por los pastores trashumantes roncaleses. Sebastiana, la madre, era nacida en casa Mastuzarra, con una importante tradición ganadera y trashumante, muy relacionada por lo tanto con dicha advocación.
Hermanos Larequi Urzainqui: Eugenio con gafas, Máxima, Mario, Antonio y María.
A lo largo de los años figuran varias criadas en el censo de casa Lampérez, personal por lo tanto al servicio del negocio viviendo de forma habitual en la propia casa. Así, nos encontramos a Cándida (1908), Nicolasa Turrillas e Inocencia Espiga (1912), Ursula Castillo (1913), Isidora López (1915), Lucía Miano y Bernardina Arrese (1917) o Margarita Bueno (1918).
La fama de Sebastiana como cocinera era muy reconocida y apreciada. Hay constancia de que hacia los años 20 Guillermo y Sebastiana alquilaron la fonda a una familia de Isaba y se trasladaron todos a Pamplona, donde regentaron el conocido restaurante Europa. Sin embargo, Guillermo enfermó y regresaron de nuevo a regentar su propio negocio de tienda, fonda y restaurante en Burgui.
Guillermo fallece en el año 1929 y al frente de los negocios se queda Sebastiana con la ayuda de los hijos y las sirvientas que va contratando a lo largo de los años.
El documento más antiguo relacionado con esta nueva época está datado en Burgui el 7 de junio del año 1941 pero sin embargo nos da información de años anteriores. En él, Sebastiana Urzainqui como propietaria de la fonda instalada en la calle Mayor nº 44 y en cumplimento de la orden del Ministerio de la Gobernación de abril de 1939 declara bajo juramento que desde el año 1900 funciona la expresada fonda y que en el año 1939 se dio cumplimiento a la referida orden en solicitud de ser incluida en la categoría que le corresponda y que los precios en pesetas que regían el 16 de febrero de 1936 eran los siguientes:
Imagen de la fonda de casa Lampérez en su fachada hacia la plaza del pueblo de Burgui
Unos años más tarde, el 6 de febrero de 1948 se le concede autorización a Sebastiana Urzainqui para ejercer la industria de hospedería como «posada» disponiendo de 15 habitaciones, una capacidad de 25 personas y siendo los precios de 4 pesetas por habitación, 12 pensión completa, desayuno 1,5, almuerzo 8,00, comida 8,00, garaje 3,00. En otros documentos de esta época se hace referencia a «Posada Urzainqui» y no ya Lampérez.
El 17 de mayo de 1955 fallece Sebastiana Urzainqui Recari, a la edad de 70 años.
El 26 de junio de 1957 ante José Gabriel Erdozain Gaztelu, abogado y notario del Ilustre Colegio de Pamplona con residencia en Sangüesa, compareció Máxima Larequi Urzainqui, mayor de edad y soltera, sin profesión oficial y vecina de Burgui, para otorgar escritura de aceptación y manifestación de herencia. Expone que su madre Sebastiana falleció en Burgui el 17 de mayo de 1955 bajo su último testamento otorgado con fecha 18 de marzo de 1955 en el que «instituye heredera a su hija Máxima a quien impone la obligación de tener en la casa a sus hermanos Antonio y María Socorro, proporcionándoles alimento siempre que trabajen en su beneficio lo que les permitan sus fuerzas, dotándoles cuando tomen estado o salgan de casa voluntariamente y de un modo definitivo según las posibilidades de la misma». Expone también que los bienes objeto de tal testamento constan de «una casa sin número cuya fachada principal da a la calle Mayor, consta de planta baja y dos pisos, con un pajar, patio y un huerto, todo lo cual mide en una superficie de cuatrocientos setenta metros y cincuenta centímetros cuadrados. Linda por la derecha saliendo con paso público; por izquierda con plaza de la villa; y por su espalda con era de Juan Melchor Elizalde.
El 16 mayo de 1958 Máxima Larequi Urzainqui presenta solicitud ante la Junta de Catastro de Burgui para que si es conforme se le de de alta en el ejercicio de «café público» ocupando para ello un local de la casa número 44 de la calle Mayor del pueblo de Burgui.
De izquierda a derecha, Máxima, María, ¿? y Antonio Larequi Urzainqui en balcón, 1958.
El 16 de febrero de 1960 Teodosio Iglesias Alvarez, Inspector Secretario de la Junta Municipal de Sanidad de Burgui, certifica haber sido requerido por la señorita Larequi para hacer una visita de inspección, resultando que dicha posada se encuentra en perfectas condiciones higiénico sanitarias para seguir dedicándose a la industria que posee.
El 22 de febrero de 1960, Máxima Larequi solicita al Director General de Turismo que habiendo fallecido su madre Sebastiana propietaria de una industria de hospedaje sita en la casa nº 44 de la calle Mayor de Burgui y calificada como posada y teniendo el proyecto de continuar con el ejercicio de la misma, ruega se sirva concederle la oportuna autorización clasificando al efecto su industria en una de las categorías establecidas en la Orden Ministerial de 14/06/1957. En otros documentos de esta época se hace ya referencia a «Posada Larequi» adoptando el apellido familiar.
El 16 de marzo de 1960 el Gobernador Civil de Navarra dirige escrito al Delegado de Información y Turismo por el que «de conformidad con lo interesado en su atento escrito de 29 de febrero pasado tengo el honor de participarle que Dña. Máxima Larequi Urzainqui, a quien se refiere en el mismo, según me informa la Guardia Civil, es persona de buena conducta en todos los aspectos, carece de antecedentes político-sociales y está considerada como adicta al actual Régimen, dedicándose en la actualidad, en unión de una hermana y un hermano, a la explotación de una industria de hospedería en Burgui».
El 18 de marzo de 1960 se redacta por la Dirección General de Turismo, dependiente del Ministerio de Información y Turismo, un informe técnico sobre el hospedaje denominado «Posada Larequi», sito en el número 44 de la calle Mayor de Burgui, a petición de Máxima Larequi Urzainqui, propietaria del hospedaje. Indica que se trata de un emplazamiento céntrico, al pie de la carretera general a Pamplona. Funciona a régimen de pensión completa, con entrada y vestíbulo ancho, con pasillos de un metro de anchura y recepción situada en la primera planta. Añade que dispone de tres comedores: dos de una mesa extensible capaces cada uno para nueve personas y el otro de tres mesas para cuatro personas. Disponen los comedores de sillas y mesas de madera, suelos de baldosa, paredes a la cal los dos primeros y al óleo color ocre el tercero. Todos en la planta primera y con luz eléctrica corriente. En dicho informe se indicaba que «es una de las casas acreditadas en la región por su buena mesa».
No dispone de «salón» como tal pero sí de un «patio y huerta con arbolado y flores, de unos 290 metros cuadrados cada uno». El hospedaje cuenta con diez habitaciones todas exteriores y muy amplias, con camas, mesillas, armarios y sillas de madera, modernas. Suelos de madera lustrada, paredes y techos a la cal, luz eléctrica y sin agua corriente. Existe un baño en la planta primera con water y lavabo.
Dispone el establecimiento de un teléfono general con el número 7. El informe recoge también la calidad del mobiliario como corriente en buen estado; cubertería, abundante y plateada; alfombras, corrientes; cristalería, corriente; lencería, de algodón y crepe; buenos colchones de lana del país; visillos, corrientes; camas de madera modernas; somieres metálicos; muebles armarios de luna y en buen estado.
Mario Larequi Urzainqui con motocicleta en patio de casa Lampérez, ya posada Larequi.
Respecto a la cocina, se encuentra en la planta primera, es muy amplia y bien ventilada. Dispone de fregadera y cocina adosada del tipo de las «económicas». Suelo de baldosa, zócalo de azulejo blanco hasta una altura de 1,20 metros, el resto de las paredes y el techo a la cal blanca. Cuenta con batería abundante de porcelana y aluminio reforzado. Se indica también que existe una bodega en el sótano.
La calidad de la limpieza general es buena, con suelos encerados y bien fregados. La calidad de los servicios se cataloga como «muy buenos», siendo dos hermanas las que prestan los servicios en el hospedaje de forma habitual toda la jornada y con experiencia hotelera. El alojamiento permanece abierto todo el año y utilizan principalmente el hospedaje transportistas y viajantes de comercio. En tiempos de almadías Burgui era parada de etapa por lo que trabajaban también mucho con los almadieros. Es sabido además que al menos desde el año 1931 estuvo alojado un huésped del propio pueblo, José Recari Pérez, de casa Txinko, hasta que falleció de forma repentina en 1954.
El inspector diplomado hace constar como otras características a señalar «patio y huerta amplísimos» y finaliza el informe describiendo la clasificación que merece este hospedaje como «casa de huéspedes» a juicio de quien suscribe el informe, de firma ilegible.
María Larequi Urzainqui posando con traje de roncalesa junto con un vehículo Ford
El 3 de junio de 1960 se recibe informe técnico del delegado provincial del Ministerio de Información y Turismo, Jaime del Burgo, por el que se concede al establecimiento la categoría de «casa de huéspedes».
El 23 de febrero de 1961 se produce la venta de una parte del edificio y el patio por parte de Máxima Larequi Urzainqui a los compradores Petra y Gregoria Salvador Ustés, hermanas, y a José Ayerra Gárate, marido de Gregoria, a partes iguales, que continuarán con el negocio de fonda y restaurante, a la vez que abrirán el Bar La Alegría en los bajos de la casa. La otra parte del edificio, junto con el huerto, fue adquirida por los hermanos Sanz Zabalza, de casa Larrambe, para su conversión en viviendas.
Las hermanas Máxima y María Socorro, ambas solteras, se trasladaron tras la venta a Zaragoza y abrieron la fonda La Navarra, en la zona del Portillo, alcanzando también en la capital aragonesa una fama de cocineras de categoría. En dicha fonda, como recuerdo a sus orígenes, lucía una vidriera con el escudo del Valle de Roncal.
Del resto de hijos, Antonio permaneció en Burgui al casarse con Leonila, de casa Gambra. Por su parte, Eugenio (tocaba el piano y era organista de la iglesia de Burgui) se casó con María Gárate, de casa Portalatín, y fijaron su residencia en Pamplona. Y finalmente Mario, se casó con Angelita Echeverría Mezquíriz, maestra que estaba destinada en Burgui y hospedada en la propia fonda, lugar donde se conocieron si bien acabaron viviendo en Barcelona.
Agradecemos la documentación e información facilitada por Antonio María y Mayte Larequi, descendientes de la familia, así como a todas aquellas personas que nos han compartido sus recuerdos para poder elaborar este reportaje. Del mismo modo, nuestro agradecimiento al Archivo Contemporáneo de Navarra por facilitarnos el acceso a los diferentes documentos que conforman el expediente de este alojamiento.
Inauguración de los trabajos de abastecimiento de agua a Burgui en abril del año 1953
Actualmente es difícil imaginar que en nuestras casas no hubiera agua corriente para el consumo, el lavado de ropa o la higiene personal, pero no hace tantos años que nuestros antepasados debían acudir a por agua a la fuente del Batán, al río Esca o al barranco de Txares para poder satisfacer estas necesidades básicas en sus viviendas. El agua era transportada en radas o herradas, la mayor parte de las veces portadas sobre las cabezas de las mujeres. Tan solo se libraban de este trabajo diario las cuatro casas que disponían de un pozo en propiedad: Ganare, Gambra, Laspidea y Txinko, este último procedente de agua de lluvia.
Fechada en Pamplona un 20 de agosto de 1943, Pascual Arellano, Ingeniero de Caminos, redactó una memoria planteando el abastecimiento de agua para el pueblo de Burgui. Ante el habitual consumo de agua procedente del propio río, indicaba que «las aguas del río Esca bajan turbias durante mucha parte del año, tienen desagradable aspecto, mal sabor y un posible riesgo sobre todo en estiaje de hallarse contaminadas. Su temperatura varía con la del ambiente, siendo ello un grave inconveniente en los días cálidos«. Además de lo expuesto, argumenta que en caso de recurrir a estas aguas para abastecer al pueblo «sería preciso depurarlas y elevarlas a unos cuarenta metros para poder abastecer la parte alta del pueblo».
Los citados inconvenientes obligaron por lo tanto a pensar en otra solución que «aunque costosa, es la que siempre reúne más ventajas». Indica Pascual que «la existencia de dos manantiales a unos tres y medio kilómetros del pueblo que permiten un abastecimiento en inmejorables condiciones higiénicas nos ha decidido a proyectar la utilización de sus aguas por conducción forzada». Añade que «las aguas bajo el punto de vista de pureza son excelentes, a la vista del certificado de análisis, estando situados los manantiales en terreno comunal. en los sitios denominados Miscala y Aguyo».
Depósito de captación de aguas construido en el manantial de Miscala
Ambos manantiales se localizan próximos a la carretera en dirección al puerto de Las Coronas y desembocan en el de Txares. Actualmente el abastecimiento se realiza solo desde el barranco de Miscala, el otro debió destruirse tras una riada. Los aforos calculados para un mes de octubre de la época eran de 0,555 litros por segundo para el manantial de Miscala y de 0,310 para el de Aguyo. La tubería proyectada para la conducción hasta el depósito regulador fue de fundición de 50 milímetros de diámetro y se calculó un consumo de caudal máximo diario de 66,605 metros cúbicos para una población de 770 habitantes, lo que nos da el dato del número de vecinos existentes en Burgui en ese año.
Un depósito regulador recibía las aguas de la conducción, con dos departamentos diferenciados y una capacidad total de 216 metros cúbicos. Se proyectó con una cubierta de hormigón en masa con objeto de «acatar de este modo las disposiciones vigentes sobre la restricción del empleo de hierro«. Es de suponer que por la Segunda Guerra Mundial y el aislamiento sometido al país, el escaso hierro disponible iría destinado a otros usos regulados por normativa.
Imagen actual del exterior del depósito de aguas construido en 1952
Se ubicó bajo el trazado de la carretera, muy próximo a la ermita de la Virgen del Castillo, y sus restos, ya sin uso actual, aun pueden contemplarse a día de hoy. Sobre la puerta de este depósito figura la fecha de 1952, que entendemos se trata de la fecha de finalización de los trabajos.
Imagen actual del interior del depósito de aguas construido en 1952
En esta memoria de 1943 se incluía la colocación en la red de 24 hidrantes o tomas de agua diseñadas para proporcionar un caudal considerable en caso de incendio. En cuanto a su emplazamiento se indicó «que no los separa una distancia constante porque la urbanización de estos pueblos aconseja dentro de la economía, la elección de puntos adecuados para su ubicación».
Se fijaron asimismo diferentes llaves de paso «necesarias para la localización de averías y la no interrupción del servicio más que en corto espacio de la red«. El presupuesto de ejecución material del abastecimiento ascendía a 213.231,86 pesetas (incluía arquetas, zanja, tubería de conducción, depósito de carga, tubería de distribución y registros para acometidas a las casas) y el presupuesto de contrata a 247.348,96 pesetas.
En el anejo a la memoria se suponía una subvención del Estado para la realización de estas obras de 150.000 pesetas, por lo que «el capital que habrá que amortizar es de 97.348,96 pesetas». Planteando una amortización en 25 años con un interés del 4%, «proponemos la tarifa de 0,65 pesetas al consumo del metro cúbico durante los 25 primeros años y la de 0,25 pesetas para años sucesivos». Curiosamente, el consumo de litros por habitante y día se repartía en bebida (2 litros), preparación de alimentos (3), aseo personal diario (20), limpieza de casa y vajilla (12), lavado de ropa (13) y uso de water (10), dando un total de 60 litros al día.
Y si se abastecía de agua a las casas de Burgui… consideraron «de absoluta necesidad el redactar también un proyecto de saneamiento que recoge las aguas negras y las pluviales en la misma tubería». Y es que en aquella época no existían baños en las viviendas por lo que las aguas fecales se lanzaban muchas veces al grito de «¡Agua vaaa!» y para la mayores existían diferentes soluciones en cada casa o zonas del pueblo comunes a las que se acudía.
Se proyectó una tubería de hormigón, diferentes registros y sumideros, así como un pozo séptico calculado «para que las aguas negras en estiaje permanezcan en él durante diez y seis horas», entendiendo que después «por el aliviadero evacuará directamente al río Esca«. Esta poza séptica se construyó a la salida del pueblo en dirección a Salvatierra de Esca, en un pequeño huerto que hasta entonces era de casa Moreno.
El presupuesto de ejecución material del saneamiento y alcantarillado ascendía a 81.087,36 pesetas (incluía alcantarillado, 15 arquetas de registro, 20 sumideros y un pozo séptico) y el presupuesto de contrata a 94.061,34 pesetas.
Borda y barranco de Miscala, lugar desde donde se realizó la captación de aguas
Sin embargo, ambos proyectos no se realizaron en el corto plazo porque 3 años después, con fecha 24 de agosto de 1946 y firmado en Zaragoza, el ingeniero Francisco Fernández presenta la justificación y descripción del «Proyecto de replanteo de abastecimiento de aguas de Burgui». En su memoria se trata de redactar de nuevo el proyecto anterior presentado por el Ayuntamiento de Burgui según lo dispuesto en Orden Ministerial de 1944 en base a la cual se solicitaba reducir el depósito a la capacidad subvencionable, justificar los precios asignados a las unidades de obra, desglosar las obras subvencionables y calcular las tarifas de consumo al vecindario teniendo en cuenta las normas dadas por el Reglamento vigente.
Respecto a la primera de las prescripciones impuestas se acuerda «reducir la capacidad del depósito regulador a 88 metros cúbicos«. Si bien en el proyecto de 1943 se planteaba un depósito con una capacidad total de 216 metros cúbicos, nuevos cálculos daban un consumo normal diario de 84,70 metros cúbicos con una pequeña reserva para caso de incendios, razón por la cual el depósito estaba sobredimensionado y por lo tanto no era subvencionable en la capacidad inicial establecida. El depósito fue proyectado de planta cuadrada de 620 metros de lado dividido en dos compartimentos y con una altura de 2,65 metros de lámina de agua y cubierto por una losa de hormigón armado con nervios centrales. Una cámara de llaves aneja «alojará todas las llaves de aducción, alimentación de la distribución y desagüe, y permite el acceso y ventilación de los depósito, con el debido aislamiento del exterior».
En cuanto a la justificación de los precios, resulta muy interesante el detallado desglose realizado por el ingeniero en cuanto a días de trabajo efectivos, jornal diario, gratificaciones (de Navidad y del 18 de julio), seguros sociales (accidentes, seguro de vejez, subsidio familiar, cuota sindical y seguro de enfermedad), plus de cargas familiares, montepío y otros. Continúa la justificación con el cálculo del jornal por hora trabajada según clases de obreros (capataz, entibador, barrenero, oficial, ayudante y peón) y diversas partidas como tonelada de cemento en fábrica y a pie de obra (calculando el transporte por ferrocarril hasta la estación de Liédena y después por carretera), excavación, relleno de zanjas, grava, arena, hierro, piedra y tubería de fibrocemento, entre otras muchas.
Con la base de todos estos precios, «calculados en la forma reglamentaria, asciende el presupuesto a 326.608,68 pesetas por el sistema de administración y a 371.437,29 pesetas por el de contrata«, lejos por lo tanto de las 247.348 pesetas proyectadas tres años antes, y a pesar de haber reducido la capacidad del depósito regulador de 216 a 88 metros cúbicos.
Finalmente, en cuanto a las tarifas de consumo a aplicar a los vecinos, se establecía que «el Ayuntamiento de Burgui ha renunciado expresamente a la aplicación de tarifas por el suministro de agua a domicilio«, lo cual se presentó al menos sobre el papel como un servicio sin cargo al vecindario.
Las obras de ejecución del proyecto de abastecimiento de agua debieron finalizarse en el año 1952 y fueron adjudicadas al contratista Bautista Martínez Urbiola, casado con Fermina López Andreu, vecino de Burguete. Bautista, junto con sus hijos César, Andrés y Victorino, así como con los hijastros de este último, Angel y Luis Garrido Lapuente, se desplazaron a vivir a Burgui durante el periodo de ejecución de las obras, residiendo temporalmente en casa Labari. Curiosamente, César Martínez López, uno de los hijos de Bautista, acabó casándose en Burgui con Mari Carmen Recari, de casa Txinko, entonces maestra del pueblo junto con Pascuala Abad.
Derecha, Bautista Martínez Urbiola, contratista de las obras de abastecimiento. Izquierda, su hijo César, que participó en las obras y que se casó con Mari Carmen Recari, de casa Txinko.
El Ayuntamiento de Burgui debió financiar la parte no subvencionada de la obra mediante venta de abetos procedentes del abetar de Basari. Las tuberías de conducción se trasladaron en camión desde la calle Jarauta de Pamplona en un camión de gasógeno de casa Ramón que conducía Cleto Esparza Lacasia, de casa León. Aunque sobre la puerta del depósito figura su año de construcción en 1952, la inauguración de los trabajos tuvo lugar a comienzos del mes de abril de 1953 siendo alcalde y también maestro Julián Maldonado, natural de Navascués, y con tal motivo se organizaron tres días de fiestas.
El Diario de Navarra del 7 de abril del año 1953 recogía esta completa crónica titulada «Bendición e inauguración de las obras de traída de aguas en Burgui»:
«El pueblo roncalés de Burgui celebró con la alegría natural propia del acontecimiento el cumplimiento de una antigua aspiración con la bendición e inauguración de las obras que habrán de llevar a todos los hogares el agua, aspiración satisfecha sobre todo gracias al esfuerzo y colaboración que con todo entusiasmo ha aportado el vecindario.
Ya de víspera comenzó a desbordarse la alegría, con música y cohetes. En el campo de Zabalea se jugó un partido de fútbol entre el «Roncal F.C.» y el equipo local «C.A. Burgui», siendo este último el que se adjudicó la copa donada por el Ayuntamiento, que le fue entregada personalmente por el Alcalde D. Julián Maldonado. (Nota: era también maestro del pueblo)
Para el acto solemne de la bendición acudieron a Burgui el Gobernador Civil Sr. Valero (Nota: Luis Valero Bermejo), el Diputado Foral don Amadeo Marco (Nota: Amadeo Marco Ilincheta, natural de Navascués), que fueron recibidos entre los aplausos del vecindario, mientras en el aire sonaba el estampido de los cohetes. Se hallaban también presentes el ingeniero director del proyecto D. José Erice y su ayudante D. Nicolás Olaverri, así como el contratista de las obras D. Bautista Martínez, el alcalde de Burgui D. Julián Maldonado, el Secretario municipal D. José Villanueva, el jefe de la guardia civil allí destacada D. Miguel Marco, el párroco D. Manuel Urzainqui (Nota: natural de Vidángoz) al que acompañaba el joven P. capuchino Fray Alberto de Vidángoz, el jefe local D. José Recari (Nota: se refiere a la Falange Española Tradicionalista) y todos los señores concejales y los miembros de la Junta de Veintena. Allí estaban con los niños de las escuelas doña Pascuala Abad y señorita Carmen Recari, y muchas personas más de aquel vecindario.
Formose la comitiva con la Cruz parroquial al frente para trasladarse al punto en que se encuentran los depósitos de la nueva traída de aguas donde el Párroco, revestido con capa pluvial, bendijo las instalaciones con el ritual litúrgico en presencia de las autoridades y personalidades antes mencionadas y del vecindario en pleno.
Amadeo Marco, en una imagen de la misma época, inaugurando otra obra en la zona.
A continuación habló el Alcalde señor Maldonado que expresó su alegría por ver realizado el proyecto y agradeció a cuantos habían colaborado en el mismo. Le siguió en el uso de la palabra el Diputado señor Marco que elogió el esfuerzo y tenacidad de los vecinos de Burgui que les ha llevado a la feliz realización de un proyecto que tantos beneficios ha de reportar a la villa y felicitó a las autoridades y al vecindario en nombre propio y en nombre de la Diputación Foral y de su Vicepresidente, cuya representación ostentaba (Nota: la Presidencia de la Diputación Foral recaía en Franco por ser la máxima autoridad). Cerró el acto el Gobernador Civil que, después de elogiar y felicitar a todos, les pidió que siguieran trabajando por laboriosidad y firmeza, en la seguridad de que no les había de faltar el apoyo de las autoridades que, bajo el mando de Franco, se preocupan por el bienestar de todos los pueblos de España.
Las autoridades pasaron a ver las instalaciones y escucharon las explicaciones que sobre las mismas tanto el ingeniero director de las obras, señor Erice, como su ayudante el señor Olaverri les daban. He aquí algunos datos interesantes sobre dichas obras: Proceden las aguas de los manantiales propios: el Miscala y el Aguyo. Hay un caudal disponible de 1.150 litros por segundo siendo la dotación por día de 99.360 litros; dotación por habitante y día corresponde de 150 litros. La longitud de la tubería de conducción es de 2.968 metros con un diámetro de tubería de 50 mm. La capacidad del depósito regulador es de 200.000 litros (Nota: de ser cierta esta información, parece ser que no se redujo la capacidad del proyecto inicial de 1943 fijada en 216 metros cúbicos). La longitud de la tubería de distribución abarca 1.883 m. La tubería es de uralita. Las bocas de riego públicas son 31. Las acometidas a domicilio 151. Tiene la red de saneamiento 2.052 metros.
A las dos de la tarde en la Casa municipal se sirvió una comida oficial para las autoridades e invitados. Servían la mesa, que estaba presidida por el Gobernador Civil y el diputado señor Marco, Alcalde y Párroco de Burgui, dos bellas muchachas ataviadas con el típico traje de roncalesas. Terminado el banquete, el Gobernador Civil y don Amadeo Marco, acompañados por las restantes autoridades, hicieron un breve recorrido por el pueblo, emprendiendo a continuación el regreso, siendo despedidos con las mismas muestras de entusiasmo que a su llegada.
Para que también los niños participaran del júbilo general, hubo un reparto de bolsas de caramelos a todos los niños de las escuelas y a la gente joven, y a cuantos quisieron participar en la fiesta obsequió el Ayuntamiento en la plaza, por la tarde, con pan, queso y vino, continuando la animación y la música hasta el anochecer«.
Otros personajes de la época: Pascualita Abad (maestra), Julián Maldonado (alcalde), Mari Carmen Recari (maestra) y Manuel Urzainqui (párroco).
Casi veinte años después de esta traída de aguas, el 19 de julio del año 1972. figura un escrito del entonces alcalde del Ayuntamiento de Burgui, Martín Urzainqui, a la Comisaría de Aguas del Ebro en el que indica que «este Ayuntamiento ha decidido proceder a la ampliación de la red de abastecimiento pública ya que el caudal que actualmente se disfruta es insuficiente en la época de estiaje, o sea, meses de julio a octubre aproximadamente«. En el escrito se indica que «estudiadas las posibilidades de obtener un mayor caudal de agua no se encuentra otra solución que tomar agua del río Biniés que baja desde Vidángoz y confluye en el Esca unos cien metros aguas arriba de la población de Burgui». Se solicita un caudal de 100 metros cúbicos diarios con un caudal continuo de 1,15 litros por segundo y un caudal instantáneo de 3,47 litros por segundo. Suplica el alcalde «sírvase conceder a este municipio de Burgui el aprovechamiento de los caudales de agua de que hace mérito procedentes del río Biniés, los cuales serán captados en la desembocadura del mismo«.
Actualmente el depósito de aguas inaugurado en 1953 ya no se encuentra operativo, si bien se mantiene abandonado con las instalaciones de tuberías y llaves completamente oxidadas. En el año 2000 se inauguró un nuevo depósito de aguas de unos 300 metros cúbicos de capacidad en la zona de Las Coseras, sobre la carretera que accede al puerto de Las Coronas. El manantial de Miscala sigue abasteciendo al pueblo, además de la toma directa del río Biniés junto con otra toma de un pozo próximo al barranco de Sebince proyectado en el año 1998 para los momentos en los que el caudal de Miscala resulta insuficiente para abastecer la demanda de consumo de agua de los vecinos de Burgui.
Agradecemos a Josetxo Redín Fayanás la cesión de los documentos técnicos que nos han permitido resumir estos proyectos de abastecimiento de agua, así como a todas aquellas personas a las que hemos recurrido para solicitar información o fotografías, sin cuya colaboración este reportaje no hubiera podido realizarse con tanta precisión y detalle.
Dalmacio nació en Burgui un 25 de septiembre del año 1915 en casa Juanito, hoy ya desaparecida. Hijo de Martín Eusebio Lacasta Tolosana, de Castillonuevo, y Mercedes Glaría Domínguez, de Burgui. Sus abuelos paternos eran Juan Lacasta Larraz y Josefa Eleuteria Tolosana Domínguez. Sus abuelos maternos, Pedro Glaría Garate y María Francisca Domínguez Ezquer, ambos de Burgui.
Con 20 años de edad y siendo el cabrero municipal del pueblo de Burgui se produjo el inicio de la Guerra Civil. Por ser simpatizante y afiliado a UGT, al igual que sus hermanos mayores Florencio y Fidel, abandonaron el pueblo para integrarse en el bando republicano.
Dalmacio Lacasta y su mujer Paulette
Dalmacio luchó activamente en el frente. Al inicio de la Guerra Civil formó parte de un batallón del ejército vasco siendo herido el 10 de septiembre de 1936 en el brazo izquierdo. En la primera retirada pasó a Francia, desde donde entraría a Cataluña para seguir combatiendo.
Al igual que Justo Domínguez Pascualena, también vecino de Burgui, sería ascendido de cabo a sargento en la misma brigada, la 178 Brigada Mixta de Infantería, que estaba formada con milicianos de sindicatos y partidos, milicianos voluntarios vascos, carabineros, cuerpos de seguridad y miembros del ejército regular de la II República anteriores al 18 de julio de 1936. El ascenso fue firmado el 27 de agosto de 1938 aunque con efecto desde el 22 de abril de 1938 como premio a sus distinguidos comportamientos en distintas operaciones de guerra desde el inicio de las hostilidades en defensa de la II República.
Dalmacio fue uno de los más de 60.000 refugiados republicanos que a partir del 29 de enero de 1939, tras la retirada huyendo del fascismo, llegarían a la localidad francesa de Saint Laurent-de-Cerdans, donde se improvisó un campo de refugiados mediante tiendas de campaña donde los refugiados eran mantenidos gracias a la solidaridad de los obreros.
La primera semana de marzo de 1939 el campo de refugiados fue vaciado siendo llevados por los gendarmes a campos de internamiento. Dalmacio fue obligado a abandonar el campo el 4 de marzo siendo llevado a diferentes campos. Primeramente, el campo de Judes, en Septfonds, en el que entró el 1 de abril de 1939. Ese mismo mes sería llevado al campo de Gurs, lugar donde sería asignado al islote D, barraca 13, uno de los cuatro islotes destinados a los “vascos”. Allí consta que salió a trabajar como agricultor temporalmente del 18 al 28 de junio de 1939. Sus hermanos mayores, Florencio y Fidel, habían estado previamente en Saint Cyprien, en los campos 10 y 11 respectivamente, siendo llevados después también a Gurs.
Campo concentración Judes 1939
Dalmacio volvería a salir de Gurs para trabajar como leñador a la localidad de Saint Justin, donde había un campo de tránsito. Contrajo matrimonio con una joven de la localidad llamada Paulette, con la que tuvo dos hijos mellizos, Carlos y Carmen, nacidos en esa localidad el 6 de diciembre del año 1943.
El 21 de abril de 1944, a raíz de los diversos atentados llevados a cabo por parte de la resistencia, más de 200 soldados alemanes acompañados por una veintena de hombres que llevaban brazaletes amarillos con la inscripción “Deutsche Wehrmacht” (franceses auxiliares de la Gestapo) llevaron a cabo una redada muy violenta con el objetivo de encontrar a los responsables que se encontraban en la región. En dicha redada fue detenido Dalmacio y fue llevado preso a la Caserna Boudet, en Bordeaux.
El 10 de mayo de 1944 fue conducido al campo de tránsito de Royallieu-Compiègne donde llegaría el 12 de mayo matriculado con el número 35742. El 21 de mayo fueron llevados a la estación de Compiègne, desde donde fue deportado en el convoy 1214 al campo de concentración de Neuengamme, en Alemania, donde llegaría el 24 de mayo de 1944.
El convoy partió con 2004 hombres. Dos categorías de prisioneros se destacan en este convoy. Algunos son militantes comunistas de la región parisina y de otros departamentos detenidos entre 1941 y 1942, otros son detenidos tan solo tres meses antes de su deportación. La mayor parte son republicanos, entre ellos una decena de navarros.
Ficha de Dalmacio en campo de concentración de Neuengamme
En Neuengamme sería matriculado con el número 31082 aunque unos días más tarde, el 27 de mayo, fue transferido a uno de los numerosos subcampos dependientes del campo de concentración de Neuengamme, el situado en Braunsweichg, de la empresa Büssing Nag, empresa fabricante de camiones y vehículos que formaba parte de la industria de guerra armamentística del III Reich. Esta empresa utilizaría miles de deportados de varios campos de concentración como mano de obra esclava. Estuvo en funcionamiento hasta marzo de 1945 que fue bombardeada. Dicha empresa, después de la guerra, fue reconstruida y reanudó la producción de camiones. En 1971 fue adquirida por la empresa de camiones MAN, hoy en día propiedad del grupo Volkswagen.
El 6 de abril de 1945 Dalmacio fue evacuado en un convoy al campo de concentración alemán de Ravensbrück al que llegaría una semana después, siendo destinado el 28 de abril al subcampo de Malchow, una planta de municiones donde se utilizaba mano de obra esclava. Este campo y todos sus presos serían liberados el 2 de mayo de 1945 por el ejército ruso.
Una vez libre, Dalmacio volvió a Saint Justin, el lugar de residencia donde vivían su mujer e hijos. Allí volvería a trabajar de leñador, sin embargo las duras condiciones económicas de la postguerra le harían solicitar la ayuda económica que el gobierno de Euzkadi en el exilio ofrecía a los refugiados vascos según el anuncio publicado en “Eusko Deya” edición de París. Si bien la ayuda le fue concedida, el 3 de mayo de 1949 le fue anulada ya que el gobierno vasco en el exilio tenía que hacer frente “a la obligación de atender a compatriotas necesitados” y los recursos que disponían se iban agotando.
Dalmacio Lacasta en Holanda 1964
Sabemos que Dalmacio siguió trabajando en la madera y residiendo en Saint-Justin, y que incluso se desplazó temporalmente a Holanda a trabajar. Ocasionalmente cruzaba la frontera por la noche para llegar al pueblo, accediendo a su casa natal por la trasera y permaneciendo oculto varios días, ante la complicidad y pacto de silencio de los vecinos. Su madre, tía Mercedes, repartía días después caramelos franceses entre los niños de las casas próximas…
Años más adelante Dalmacio acudió en varias ocasiones a la celebración del Tributo de las Tres Vacas, el 13 de julio, en el mojón fronterizo entre España y Francia para poder reunirse ese día con su hermano Florencio que se trasladaba desde Burgui. No fue hasta la muerte de Franco cuando Dalmacio pudo volver libremente al pueblo que le vio nacer y donde recordaba felizmente las vivencias de su infancia y juventud.
Dalmacio falleció en la localidad de Mont-de-Marsan, cerca de Saint Justin, el 2 de junio de 2003 a los 87 años de edad.
Colaboración especial: Ana García Santamaría, Asociación Antzinako
Agradecemos las aportaciones de Adelina Lacasta y de otros vecinos de Burgui.
Cooperativa de Consumo de Burgui en la plaza del pueblo
El nacimiento del cooperativismo
“El hombre está hecho de carne y alma, y a ambas partes hay que atender al mismo tiempo”. Esta frase, pronunciada desde un púlpito hace más de un siglo, salió de la boca del sacerdote navarro Victoriano Flamarique, de familia campesina y con una vida comprometida a atender las almas y a defender de forma práctica a los más desfavorecidos en base a un profundo sentido de la justicia social. Predicó con el ejemplo para incomodidad de los más pudientes de aquel Olite de principios del siglo XX. Le acusaron de socialista por denunciar la usura y la explotación, pero de su lado tuvo un buen aliado: el propio obispo Fray José López de Mendoza. La doctrina social de la Iglesia estaba para defenderla y junto con otro sacerdote, Antonino Yoldi, extendieron la obra católico-social entre el campesinado navarro.
Fue así como empezó el origen de la creación, durante los primeros años del siglo XX, de organizaciones agrarias confesionales, en concreto Cajas Rurales Católicas. Las bases esenciales de una Caja Rural eran la defensa y amejoramiento de los intereses de sus asociados por medio del crédito; se circunscribían a un único municipio; sus cargos debían ser gratuitos, con excepción del cajero; todos los socios eran responsables solidaria e ilimitadamente; los préstamos solo se hacían a sus asociados y los beneficios de la Caja no podían repartirse entre los socios. Estas ideas básicas figuraban en los estatutos de las Cajas, cuyo modelo se elaboró para facilitar la creación de cajas rurales en todos los pueblos.
Su desarrollo en Navarra fue fulgurante a partir del año 1906. En 1910 la creación de Cajas Rurales había superado ya la mitad de los municipios navarros y en la merindad de Sangüesa estaban implantadas en el 61% de sus municipios. Fueron surgiendo, de la mano de muchos otros párrocos, cooperativas y cajas rurales en muchas localidades de Navarra que, bajo el lema “Unos por otros y Dios por todos” dieron al traste con los abusos que venían padeciendo siempre los agricultores.
Sello Caja Rural Católica de Burgui
Caja Rural Católica de Burgui
Burgui, como otros pueblos del valle, también vivió esta revolución agraria gracias a la fundación en esta localidad de una Caja Rural Católica. En un documento a modo de recibo fechado en Burgui el 28 de diciembre de 1915 y sellado por la Caja Rural Católica de Burgui se da cuenta del siguiente apercibimiento haciendo referencia ya al año de 1912:
«Habiendo de dar sus cuentas anuales esta Caja Rural de Burgui tiene el honor esta Junta de comunicarle tenga la bondad de hacer entrega al cajero de la misma de la cantidad que adeuda que por los conceptos que se especifican es la siguiente: por 40 kilos de nitrato llevados en 1912, capital e intereses 17,87 pesetas. Dios guarde a usted muchos años«, figurando el recibí con la firma de B. Zabalza.
Cartilla de Sociedad La Burguiesa a favor del socio Paulino Ara
Sociedad La Burguiesa
Comprobamos que en el año 1942 existía ya la Sociedad La Burguiesa a través de una libreta expedida a favor del socio Paulino Ara. También en el Anuario General de España del año 1950 figuraba la Sociedad La Burguiesa como titular de un negocio de comestibles y como «sociedad» existía todavía la Caja Rural. Sin embargo en la Guía de Navarra de Julián Rubio López de los años 1952-1953 aparece únicamente la Cooperativa como titular de tienda de comestibles y como sociedad agrícola. Es de suponer que con el paso del tiempo la propia entidad de la Caja Rural Católica habría desaparecido, cogiendo su testigo la Sociedad «La Burguiesa», encargada de la gestión de la Cooperativa de Consumo de Burgui. Dicha sociedad se regía por una Junta general -con sus cargos de presidente, secretario y tesorero- y contrataban con periodicidad anual a un vecino del pueblo como «cooperativero» para desempeñar las tareas de gestión, venta y atención al público en la propia tienda.
Esta tienda de la cooperativa estuvo ubicada inicialmente en un pequeño edificio junto a casa Onromán y que años más tarde ocupó el bar La Bikoka (regentado inicialmente por Eulogio Laspidea y posteriormente por Juan Urzainqui). Algunos de los vecinos que estuvieron al frente de la tienda de la cooperativa en este primer emplazamiento fueron José Fayanás, Angel Esparza, Jorge Glaría, Florencia Elizalde, Fermín Fuertes y Gracián Glaría.
Otras tiendas o comercios que cohabitaron simultáneamente con la Cooperativa a lo largo de estos años fueron los de casa Avizanda, casa Torrea y casa Gardar, así como la tienda y bar de Simeón Lampérez, la panadería de Rumbo y, más tarde, la tienda de Paulino Ara.
Cartilla de la cooperativa
Hacia los años 50, la sociedad adquirió casa Navarro, en la plaza del pueblo (actual edificio del Hostal rural El Almadiero), para trasladar ahí la tienda y almacén de la Cooperativa. Dicha casa era de los descendientes de Nicolás García Oset y Juana Zabalza, si bien vivían de alquiler Justo Alastuey Mainz y Francisca López Orduna. Cuando estos la desocuparon la casa se quedó deshabitada y fue adquirida por la sociedad La Burguiesa para albergar ahí la cooperativa. En esta época otras tiendas de comestibles eran las de Félix Avizanda, Eulogio Laspidea y María Elizalde.
Al frente de la tienda en esta nueva ubicación estuvieron Leonila Recari, Nati Glaría, Ana Mari Zabalza y Charo Laspidea. Los socios de la Cooperativa disponían de unas cartillas o libretas donde se iban anotando los diferentes productos adquiridos junto con su importe, de tal forma que los socios iban saldando las deudas conforme la disponibilidad de cada uno. Para el resto de vecinos que no eran socios las ventas se realizaban generalmente al contado con el pago efectivo en el mostrador.
La Cooperativa se mantuvo en servicio hasta aproximadamente los años 80, en los que ya apenas se vendía nada debido a una mayor falta de población, a que la mayor parte del género se había quedado obsoleto y a la remodelación de la tienda Ara ya existente que vendía también a los vecinos. Tras muchas dificultades para la venta del edificio y la liquidación del negocio, se saldaron las deudas existentes por la sociedad y, con el escaso dinero sobrante, se colocaron dos hermosas fuentes de piedra en ambas plazas del pueblo y se pintó el cementerio.
Cooperativa de Consumo de Burgui
La cooperativa de Burgui en 1951
Un inventario de la Cooperativa de Burgui del año 1951 realizado por Fermín Fuertes refleja con detalle la situación económica a esa fecha identificando los importes de las libretas de crédito y el valor de los géneros o mercancías.
El total del valor de las mercancías suponía 103.186,10 pesetas y el de las libretas de crédito 18.589,50, lo cual hacía un inventario total de 121.775,60 pesetas.
En dicha fecha de 1951 las libretas de crédito figuraban abiertas a nombre de los siguientes socios como cabezas de familia de Burgui: Simón Urrutia, Gil Urzainqui, Balbino Urzainqui, Florencio Zabalza, Jerónimo Urzainqui, Hilarión Petroch, Isidro Sanz, Pilar Sanz, Antonia Pérez, Isidro Pérez, Florencio Lacasta, Mauricio Sanz, Eusebio Tolosana, Vicente Larrea, Lorenzo Salvador, Gil Sanz, Lorenzo Fuertes, Francisco Aznárez, Félix Alastuey, Andresa Fuertes, Esteban Erlanz, Jesús Glaría, Tomás Glaría, Aurelio Glaría, Ursula García, Eusebio Lacasta, Gabriel Urzainqui, Carlos Zabalza, Francisco Fuertes, Baldomero Gárate, María Elizalde, Angel Glaría, Sebastián Fayanás, Ignacio Erlanz, Santiago Elizalde, Vicenta Larequi, Ramón Glaría, Martín Sanz, Eulogio Lapetra, Antonio Salvador, Pedro Lapetra, Jesús Lapetra, Braulio Recari, José María Recari, Pascual Sanz, Valentín Lacasta, Pablo Laspidea, Andresa Lamperez Uztarroz , Antonio Aizcorbe, Rafael Calvo, Quintín Ayerra, Felipa Mainz, Victor Mainz, Andresa Lamperez Bronte y Juan Alastuey.
El inventario del género, detallado por unidades, precio unitario y total, es un reflejo fiel de las necesidades de artículos relacionadas con actividades agrícolas y ganaderas, menaje del hogar, vestimenta, alimentación, limpieza y aseo, entre otros.
Por su relevante valor informativo de la época, se enumeran a continuación los principales géneros comercializados por la Cooperativa y de los que figuraba inventario en dicho año de 1951:
Extracto del inventario de la Cooperativa de Burgui en 1951
Utiles para labores agrícolas, ganaderas y otras tareas:
Horcas de madera y de hierro, palas de hierro, rastrillos y palas de madera, horcas de madera 2 pugas (púas), azadas, cuñas, mazas, mangos dalla o guadaña, cubre bastes, esteras (tejido grueso de esparto), mangos azada, hoces, piedras marcar, leznas, abrazadoras guadaña, manguillos, pestillos, pasadores ventana, algüazas, cerrojos, cerrajas, manilleras, limas, alicates, llaves inglesas, azadas, tenazas, capachas, ramales, cuerdas cincha, látigos, pozales, zoquetas, martillos, piedras dalla güadaña, talegas, sogas, juñideras, tiraderas, ganchos, clavos, tornillos, grapas, tachuelas, brochas, botes pintura, candados, cadenas, hachas, espulverizadores, barras grasa de carro, tubos estaño, correas, cinchas, corchos, pesos, botes arseniato (herbicida), fajos esparto, mazos cáñamo, cajas «Argentol» (aceite lubricante), pliegos lija, barzones.
Productos de higiene y limpieza:
Trozos y barras de jabón, maquinillas de afeitar, tubos «Tamisol» y «La Toja», jabón de afeitar, sobres fijador de pelo, tubos crema cutánea, tubos «Profiden», El Torero», «Perladen», jaboncillos, esponjas, chupetes, palillos, papeletas champú, lendreras, colonia «Luqui», «Elefante», «Galatea» y «Vieja Labanda», frascos masaje, brillantina, rollos papel higiénico, polvos Lagarto, estropajos, cepillos para pelo, hojas de afeitar, cepillos, azulete, frascos «Cruz Verde», cajas vaselina, cepillos de dientes, botellas agua oxigenada, algodón, Nivea, frascos insecticida, botellas lejía, vendas serpentinas, pastillas y botes de cera, cajas polvos, cajas coloretes, polveras, jaboneras, matarratas, cintas matamoscas, frascos «Zotal», bolas polilla, crema zapato, frascos ronquina, tintes «Temis», papeletas «Nogat» (raticida), frascos «Nettosol» (quitamanchas), tubos aceite inglés (antiparásitos), pastillas almidón, bolas y papeletas azulete (blanquear ropa), bigudis (tipo rulos), cajas y tubos «Servus» (abrillantador de zapatos), bolas Maravillosas (antiparásitos), tubos «Cuchol» (insecticida).
Antiguos productos de desinfección
Alimentación y bebidas:
Latas de sardina, sardinas rancias, latas de anchoa, latas de melocotón, mazapanillos, pastillas chocolate, cacao, barras turrón, botes tomate, chocolatines, papeletas pimiento, azafrán y canela, especias anís, guirlaches, paquetes galletas «María», surtido y vainilla; botellas sidra, nueces, cacahuetes, esparceta, sal en bola, pala para la sal, capaza, sal, bacalao, caramelos, peladillas, piñones, simiente alfalfa, castañas, orejones, ciruelas, higos, carne membrillo, rosquillas, bicarbonato, pasta cristal, liza, fideo, mecha, pimentón, vino tinto, anís, aguardiente, vermohut, vinagre, botes de pimiento, botellas agua Carabaña, botellas vino Quina, botes achicoria El Arbol, paquetes malta Muller, pastillas fideo, latas de atún, botes de leche, latas de almejas, calamares, guisantes, espárragos, bacalao, botes sal fina, botes achicoria, latas tomate, oliva, mermeladas, botellas anís Cadenas, frascos de Ceregumil, botellas de Ojen, sidra, coñac Veterano, papeletas tomate, horcas de ajo, cabezas de ajo, «Armisen» (gaseosas refrescantes), latas calamares, papeletas simiente, gaseosas, bicarbonato, puros dulces, botes «Tapioca».
Pozales, bañera, porrones, porrones de hojalata, lecheras, mondongueras, «horinales», tazones, regadores, porrones de cristal, tarteras, pucheros, cacerolas porcelana, terreras, barreños, soperos, platos, jarras, bacinillas de cuna, sartenes, lamparillas, lecheras, cazos, cacerolas, fiambreras, espumadoras, coladores, cuchillos, vasos, escobas de brezo y de palma, navajas, envasadores, bombillas, pilas eléctricas, termo, termómetros, espejos, fuelles, perchas, portalámparas, velas, pinzas para ropa, carteras bici, petacas, peras (interruptor), enchufes, pelotas, frascos barniz, ganchos puerta, libretas, carpetas papel, postales, papeles aparador, cartas «Avión», plumas , tinteros, pliegos papel de barba.
Diversos productos de la época
Tareas de costura:
Madejas de hilvanar, medias, cordones zapato, rollos de plomo, calzadores, carretes de hilo, bobinas, madejas bordar, cremalleras, cuerdas de guitarra, madejas Ancora, estrellas hilo, dalias, tijeras, alfileteros, botones, madejas algodón y lana, puntillas, cintas, trencilla, cordones, trencilla goma y piquillo, juegos agujas, dedales, alfileres, hebillas, ovillos zurcir, ovillos liza, canutillos, remaches, mazos trencilla.
Desde el colectivo La Kukula agradecemos a todas aquellas personas que nos han compartido sus testimonios y recuerdos así como documentos y fotografías para poder elaborar este reportaje.
Llevamos ya varios años en Burgui y en el valle de Roncal teniendo gestos de reconocimiento y homenaje a nuestras golondrinas (alpargateras) por diferentes entidades y colectivos. Se les han hecho homenajes, rutas montañeras, recreaciones teatralizadas, colocación de paneles, etc. Es nuestro homenaje a ellas.
A su vez estos años nos han servido para comprobar que tenemos una asignatura pendiente en torno a aquellas antepasadas nuestras. Necesitamos poner nombre y apellidos a todas ellas, y recomponer sus historias personales hasta donde podamos. Y esos datos sólo los pueden aportar ya sus descendientes.
Dicen que más vale tarde que nunca; por eso, antes de que sea más tarde, desde el colectivo La Kukula (Burgui) en colaboración con la asociación la Kurruskla (Isaba), Bidankozarte (Vidángoz) y la productora Maluta Films proyecto Ainarak), nos lanzamos a partir de este mes a sacar adelante una nueva y ambiciosa iniciativa a la que hemos denominado “Operación Golondrina”.
Queremos recoger y salvaguardar la memoria de aquellas mujeres roncalesas que en la segunda mitad del siglo XIX y en las primeras décadas del XX se desplazaron al otro lado del Pirineo a trabajar en las fábricas de alpargatas de Xuberoa y del Alto Bearn.
Queremos ponerles nombre y apellidos, saber de qué casa eran, ubicarlas en el tiempo.
Queremos saber qué recuerdan de ellas sus descendientes, qué es lo que ellas contaron.
Queremos saber si se conservan fotos de ellas, o correspondencia, o tal vez objetos que ellas trajeron de allá. Queremos escanearlo o fotografiarlo.
Y para conseguir todo eso necesitamos tu ayuda, que rebusques en el sabaiao, que mires por tus cajones, que preguntes a tus mayores, que las saques del olvido.
¿Sabes que tenemos ya identificadas 30 alpargateras del pueblo de Burgui…?
Para facilitar todo esto exponemos seguidamente un pequeño cuestionario cuyas respuestas van a ser tu ayuda. Entre todos y todas vamos a reconstruir esta parcela de nuestra intrahistoria local. No dejes que te venza la pereza y ponte ya a responder.
Las propias respuestas puedes pasárnosla por mensaje directo o por correo electrónico a info@lakukula.com
CUESTIONARIO:
1.- ¿Ha habido en tu familia alguna antepasada que fuese alpargatera, y que fuese a trabajar al otro lado del Pirineo?. Procura identificarla con nombre, apellidos, nombre de la casa, año de nacimiento y año de defunción… si fuera posible.
2.- ¿Sabes durante qué años estuvo trabajando allí?
3.- ¿Sabes exactamente en qué localidad y en qué fábrica estuvo trabajando?
4.- ¿Qué más sabes de su paso por aquellas tierras? (anécdotas de viaje, anécdotas de estancia, salario, tipo de trabajo que hacía allí, mercancías que traía, etc…)
5.- ¿Conserváis de ella en casa alguna fotografía, carta, salvoconducto, contrato… o algún objeto que ella hubiese traído de allá?
6.- ¿Sabes de otras personas de Burgui o de otros pueblos que también hubiesen sido alpargateras? Procura facilitar toda la información posible de ellas.
-Nombre y apellidos de la persona informante
-Relación de parentesco con la alpargatera
Gracias anticipadas por este esfuerzo que seguro vais a hacer. Esperamos vuestras noticias.
La vida religiosa y social de Burgui ha girado durante siglos en torno a la figura de San Pedro Apóstol, primer representante de Cristo en la tierra. Su iglesia, una antigua y extinguida cofradía, sus fiestas patronales… todo tiene una referencia eclesiástica en la que el apóstol Pedro, Petrus, ocupa un papel relevante. La tradición ha hecho también que los burguiarras aprovechasen el día de San Pedro para honrar al Sagrado Corazón de Jesús.
Es sobradamente conocido que el patrimonio histórico y etnológico de nuestro pueblo es especialmente rico, y en las páginas de este boletín poco a poco, número a número, artículo a artículo, lo vamos visibilizando para que se conozca, para que no se olvide, para que se tenga en cuenta, y para que ahora y en un futuro luchemos por su conservación. Y dentro de todo ese patrimonio brilla con luz propia nuestra historia, nuestra lengua milenaria, nuestras tradiciones, nuestra indumentaria, nuestros oficios extinguidos, nuestras formas de vida, nuestro patrimonio arquitectónico, nuestra memoria… El conjunto de todo ello, y mucho más, es nuestro gran tesoro.
Y llegado el mes de junio, resulta obligado tener una referencia desde estas páginas a lo que en la religiosidad popular de nuestros antepasados supuso la figura del apóstol Pedro, nuestro patrón desde hace muchos siglos.
Iglesia parroquial
Bastaría con acercarnos a nuestro archivo municipal o al archivo de la Junta del Valle del Roncal para ver cómo durante siglos abundaban abrumadoramente en esta localidad los varones bautizados con el nombre de Pedro, lo cual es una buena muestra de la devoción que en esta villa se ha profesado siempre al patrón.
Como no podía ser de otra manera la iglesia parroquial de Burgui está bajo la advocación de San Pedro; pero… ¿ha estado dedicada siempre a este santo?, parece que no fue así. De hecho la villa de Burgui llegó a tener dos iglesias; una de ellas era la dependiente del castillo, situada en las inmediaciones del recinto amurallado de este, y que es la que hoy conocemos como la ermita de la Virgen del Castillo; y la otra iglesia estuvo dedicada a San Sebastián, que todavía hoy se le considera segundo patrón de la villa, y ocupaba la sacristía de la actual parroquia.
Para que nos entendamos mejor, es importante aclarar que cuando en el siglo XVI se levantó la actual iglesia parroquial ésta se edificó anexa a la antigua iglesia, de tal manera que aquella iglesia de San Sebastián pasó a convertirse en la sacristía de la que desde entonces fue iglesia de San Pedro.
Como detalle curioso podemos observar, todavía hoy, que en el dintel de la portada de aquella primitiva iglesia aparece una flecha inclinada tallada en la piedra, que muy bien pudiera simbolizar el martirio de San Sebastián, pues no hay que olvidar que murió asaeteado. Y si curioso es este detalle, más curioso es que si trazásemos una línea recta imaginaria siguiendo la dirección de la flecha nos encontraríamos que lo que esta nos señala es una pequeña cruz, también tallada en la piedra, en el interior del lateral de la portada.
Pero curiosidades a un lado, lo que aquí nos interesa es el hecho de que en Burgui, al menos desde el siglo XVI, existe una iglesia parroquial dedicada a honrar a San Pedro.
Félix Sanz, en su obra “Burgui, un pueblo con historia” (2001), nos desvela que en un inventario de 1787 se consignaba que en la parroquia entre otros muchos objetos de culto existía un relicario de San Pedro. De lo que ya no tenemos detalles es de la importancia que pudo llegar a tener en su momento aquella reliquia del santo, o si esta influyó en algo, o determinó, su patronazgo. En aquellas épocas una reliquia podía revolucionar la vida de un pueblo o de toda una comarca, como ya sucedió no muy lejos de la frontera roncalesa, al otro lado de la muga, con la aparición de las reliquias de Santa Engracia.
En cualquier caso lo que sí es claro es que San Pedro es el patrón de Burgui desde hace varios siglos. Un documento municipal del siglo XVIII que trata sobre los “oficios divinos” incluye entre sus párrafos la siguiente frase: “Para que haya memoria a perpetuidad en la iglesia parroquial del señor San Pedro de la dicha villa, nuestro patrón siempre desde tiempo inmemorial…”, lo cual nos da una idea de que ya en aquella época se había perdido la memoria de la antigüedad de su patronazgo.
Lamentablemente, como sabemos, la villa de Burgui padeció un terrible incendio el 28 de agosto de 1809 por obra y gracia de las huestes francesas en aquella Guerra de la Independencia que tanto daño y tantos estragos provocaron en el valle del Roncal. Aquel incendio devoró, entre otros edificios, la iglesia parroquial, y en ella la parte del archivo que no se pudo salvar. Presumiblemente entre las pérdidas documentales de aquella triste jornada se encontraba toda la documentación de la antigua Cofradía de San Pedro. Hoy, más de dos siglos después, solo nos queda dejar constancia de que aquella cofradía existió.
Otra de las pérdidas que se produjo en aquel incendio fue la de la imagen titular de la parroquia, es decir, la figura de San Pedro que presidía el altar mayor. Nuevamente nos encontramos que la quema del archivo parroquial también se llevó consigo cualquier dato referido a aquella imagen.
Tras la pérdida de esta figura los burguiarras se apresuraron a subsanar su ausencia encargando una nueva. Recoge Félix Sanz el dato de que en 1811 se abonaron 370 reales al maestro escultor del pueblo de Biel por una nueva imagen de San Pedro; fue necesario pagar 37 reales más por el transporte de la figura desde Biel (Zaragoza) hasta Burgui. En 1823 se hizo una nueva inversión de 204 reales, que es lo que se pagó al dorador Pedro Echeverría, también de Biel, por pintar y dorar esta imagen de San Pedro.
Fiestas patronales
Lógicamente, las fiestas principales, y patronales, se celebraban en honor a San Pedro, igual que hoy se sigue haciendo. Antaño eran unas fiestas con un importante componente religioso; en las mismas nunca faltaba la procesión solemne con la figura del Sagrado Corazón de Jesús. Sería imposible hacer un repaso a todas las ediciones festivas, pero vamos a citar aquí algunas para refrescar la memoria histórica de nuestro pueblo:
Crónicas de fiestas patronales:
1924.- Destacó en las fiestas de este año la entronización, en las escuelas, de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús; este acto se celebró el 30 de junio.
1929.- El día de San Pedro hubo misa oficiada por el M.I. señor don Olegario Martínez, canónigo magistral de la Catedral de Jaca, ayudado por el padre Ruperto de Arizaleta, superior de los capuchinos de Sangüesa, y por el párroco de Burgui, don Joaquín Eslava. La parte musical de esta ceremonia corrió a cargo del organista Jesús Berro.
El domingo siguiendo la costumbre de años anteriores se celebró la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús con misa y procesión, hallándose engalanadas las calles del recorrido; dentro de la comitiva religiosa acompañaban a la imagen del Sagrado Corazón el quinteto musical La Armonía.
Al margen del aspecto religioso fue destacable el importante número de forasteros. Los músicos de La Armonía amenizaron al vecindario con sus alegres músicas.
Se da la circunstancia de que en el primer día de fiestas, al recibirse en la villa la noticia de que se habían salvado los aviadores tripulantes del Dornier 16 “Plus Ultra” (todo el país estaba pendiente de esta noticia en la que un avión español se había lanzado a cruzar el océano Atlántico), el alcalde don Casimiro Vistuez convocó a los vecinos a la plaza consistorial desde donde se lanzaron cohetes y hubo música de La Armonía para celebrar el feliz acontecimiento en el que estuvo implicado el aviador navarro Julio Ruiz de Alda, de Caparroso.
1954.- La prensa provincial destacó este año la gran animación y asistencia que tuvieron los actos religiosos, especialmente la procesión del Sagrado Corazón de Jesús.
El día de San Pedro se inauguró el campo de deportes, denominado “Zaltúa”, que fue bendecido por el párroco de la localidad don Manuel Urzainqui. Tras la bendición el C.D. Burgui se enfrentó al Erronkari, que era algo así como la selección del valle del Roncal, con el que empató a 1. Fue una señorita la que hizo el saque de honor, y la banda de música la que amenizó el encuentro.
Al día siguiente, día 30 de junio, se celebró un nuevo partido de fútbol entre las juventudes de Burgui y las viejas glorias del pueblo. Lo que se jugaban era una merienda. Ganó el equipo veterano, y la merienda fue en la Fonda Larequi.
Los demás días hubo carreras de sacos, de cintas, animados bailes por la tarde y por la noche, así como otros festejos.
1955.- Comenzaron el día 28 de junio con un chupinazo lanzado al mediodía en la plaza principal. Ese mismo día la orquesta Fox, de Larraga, recorrió las calles.
El día 29, festividad del patrono, hubo pasacalles a primera hora de la mañana a cargo de la mencionada orquesta. Seguidamente se celebró la misa. Por la tarde en el campo de fútbol “Zaltúa” jugaron el C.D. Burgui y el Sangüesa F.C., arbitrando el jugador osasunista Marzá; asistieron a este encuentro espectadores de todo el valle y de los pueblos aragoneses limítrofes; la señorita Mª Luisa Villanueva, vestida de roncalesa, fue la madrina de honor. Amenizó el partido la orquesta Fox; y el resultado fue de 1-2 a favor de Sangüesa. Se obsequió al equipo visitante con una buena merienda.
El día 30 hubo dianas por las calles de la villa; a las 10 misa mayor, y a continuación procesión con el Sagrado Corazón de Jesús, con los estandartes de las Hijas de María, Acción Católica, y Apostolado de la Oración. Los balcones y ventanas permanecieron engalanados durante el acto religioso. Al mediodía hubo en la plaza diversos actos populares: carreras de sacos, de cintas, rompimiento de pucheros, carreras pedestres, cucañas, etcétera; se pudieron seguir estos actos a través de la megafonía. Por la tarde hubo partido de fútbol entre el equipo juvenil y el veterano, con triunfo de los primeros, y merienda final en la Fonda Larequi. Hubo también otros festejos como carreras de burros, carrera ciclista, y la gran chocolatada.
Los forasteros que acudieron a disfrutar de estas fiestas pudieron ver cómo estaban quedando las calles después de cementarlas y arreglarlas, con un presupuesto de medio millón de pesetas.
Juan Joseph Zavalza (sic) ocupaba el cargo por tener Burgui aduana con Aragón
En 1799 el impresor Pedro Pereyra, a cargo de la Imprenta de Cámara del rey Carlos IV, publicó la obra Estado General de la Real Hacienda correspondiente a aquel año. En la relación detallada de los administradores, recogida por localidades, por la villa de Burgui figuraba como responsable del cargo Juan Joseph Zavalza (sic).
Por entonces el antiguo reino de Navarra mantenía aduanas con Francia, Castilla y Aragón, de modo que en el valle de Roncal ocupaban puestos análogos Valero Garcés (Isaba) y Juan Vicente Martín (Uztárroz), dado que el puesto de Garde se encontraba vacante. Ejercía el cargo de sobrecogedor (recaudador) Joseph Tapia -apellido frecuente en Isaba-, quien coordinaba las catorce localidades merindanas donde había administradores: Sangüesa, Burguete, Isaba, Ochagavía, Uztárroz, Lumbier, Garde, Orbaiceta, Cáseda, Yesa, Eugui, Burgui e Izalzu.
Lo más probable es que el puesto aduanero de Burgui estuviese establecido en la margen izquierda del Esca, junto al puente medieval, para controlar el tránsito de mercancías tanto por el Camino Real desde Salvatierra como las que quisieran salvar el cauce del río.
Estructura hacendística
La obra de Pereyra detalla, a lo largo de 280 páginas, toda la estructura hacendística de la Corona de España y de las Indias, para la que trabajaba una nómina muy amplia de funcionarios ya que toda la contabilidad se realizaba a mano, con pliegos, cálamo y tinta. Mantenía a a su cargo un total de 62 departamentos, algunos de los cuales resultan hoy curiosos como los relativos a las Rentas de Naypes (sic) en el que las barajas de cartas pagaban impuestos, la del Papel Sellado y Bulas o el Azogue -mercurio- y sus compuestos, material necesario para separar la plata en los procesos de minería.
Por supuesto que Tabaco, Pólvora, Azufre y Plomo tenían sus respectivos órganos fiscalizadores. Había casas de moneda -cecas para acuñar- en Madrid, Sevilla y Segovia y, por supuesto, eran esenciales departamentos como el Tribunal de la Contaduría Mayor, la Tesorería Mayor de Su Majestad, la Renovación de Vales Reales, los Empréstitos y la Caja de Amortización, dado que ya por entonces la Hacienda estaba aquejada de un déficit tan crónico como galopante.
Ocupaba la Secretaria de Estado el mallorquín Miguel Cayetano Soler pero las directrices políticas las marcaba el favorito de los reyes Manuel Godoy, duque de Alcudia conocido como Príncipe de la Paz tras haber concluido con la Francia revolucionaria el Tratado de Basilea, que dio fin a la Guerra contra la Convención (1793-95) en la que los roncaleses combatieron agrupados en Milicia Provincial a las órdenes de Pedro Vicente Gambra, destacado empresario almadiero y “capitán a guerra” por ser alcalde de la villa de Roncal.
La cabeza cercenada del moro sobre el puente, con el río y las montañas, surgió en el siglo VIII
El 13 de marzo de 1798 Carlos IV añadió el castillo y el lebrel, tras la guerra contra la Convención
A lo largo de su historia el valle de Roncal ha tenido dos escudos diferenciados para manifestar la condición de hidalguía colectiva. A diferencia de los títulos nobiliarios individuales, en los que cada señor representa sus armas de manera única y diferenciada, dicha hidalguía colectiva -propia sobre todo de la Navarra pirenaica-, establecía unos blasones comunes únicos para todos los habitantes del territorio.
El primer escudo, que representa la cabeza cercenada del moro sobre el puente de Yesa con el río y las montañas, es originario de finales del siglo VIII y fue obtenido tras la batalla de Olast u Ollate.
Los roncaleses tienen a gala por tradición que la cabeza corresponde al emir cordobés Abderramán I (731-788) pero la afirmación no es rigurosa. La vida de Abderramán -“el que entra” o “el inmigrado”- estuvo llena de asesinatos, conjuras y traiciones pero él se murió en la cama tras nombrar heredero a su hijo Hisham.
¿A quien degollaron entonces los roncaleses? Pues no se sabe con certeza. Hay quien afirma que se trató del valí -gobernador provincial- Abderramán el Gafiqui en la retirada tras la derrota en la batalla de Poitiers (octubre del 732), pero también los hay que sostienen que en Ollate se combatió durante el reinado de Fortún Garcés (circa 845-905), de modo que el asunto se queda entre la nebulosa densa de las tradiciones y la historia.
Lo que sí es historiográfico es que el valle de Roncal constituyó un núcleo de resistencia frente al dominio musulmán y sus aceifas o expediciones militares para obtener trigo y tributos. En el prefacio del Fuero viejo de Sobrarbe se recoge que “ entonces se perdió España, entroa los puertos sino en Galicia, et las Asturias, et daca Alava, Bizcaya, et dotra part Bastan, et la Berrueza, Deyerri, et en Anso, et sobre Jaca, et encara en Roncal, et en Sarazaz, et en Sobrarbe, et en Anso”.
La resistencia a entregar el producto de su esfuerzo ganadero y labrador a gentes ajenas al valle fue una constante histórica, que va desde el dominio visigodo hasta la I guerra Carlista, cuando en agosto de 1834 y enero de 1836 el valle se declaró a favor de la jovencísima Isabel II.
La guerra contra la Convención
Hasta finales del siglo XVIII el escudo roncalés se mantuvo inalterado. Sin embargo, el lunes 20 de enero de 1793 se produjo un hecho con graves repercusiones internacionales: la muerte en la guillotina del rey francés Luis XVI. La Revolución francesa daba un paso más y constituía el régimen de la Convención, en cuyo desarrollo se dio el periodo de El Terror a cargo de Robespierre.
Carlos IV quedaba al frente de los intereses dinásticos de la casa de Borbón y Francia luchaba de manera activa contra todos sus enemigos terrestres. Inglaterra quedaba a la espera del desarrollo de los acontecimientos con la idea pragmática del “dejemos que se maten los demás entre sí”.
Para sorpresa general, los revolucionarios desharrapados batieron al ejército tradicional de Austria y en marzo de 1793 declaraban la guerra a España.
En el valle de Roncal se constituyó la Milicia provincial, mandada por el alcaide y capitán a guerra Pedro Vicente Gambra, destacado empresario ganadero y promotor del desarrollo almadiero. Carlos IV envió de refuerzo a los Tiradores de Sigüenza. Gambra recibió el grado de teniente coronel y va a ser la bisagra entre el frente aragonés, mandado por Pablo Sangro Merode -príncipe de Castelfranco-, y el teniente general Ventura Caro Fontes, responsable de la defensa navarra y de Guipúzcoa.
La movilización roncalesa fue unánime y eficaz y, como en el caso de Olast, las mujeres tomaron parte activa en la lucha formando una segunda línea de combate provistas de cuchillos y bayonetas.
Los franceses no pasaron más allá de incendiar la ermita de Arrako y robar su plata. Los hombres de Gambra les desalojaron del pico Bimbalet, incendiaron Santa Engracia y se apoderaron de un número importante de cabezas de ganado.
Por contra, los franceses arrasaron las Reales fábricas de armas de Eugui y Orbaiceta, incendiaron Ochagavía y ocuparon físicamente el valle de Baztán y toda la comarca del Bidasoa. En enero de 1795 Carlos IV consentía, tras peticiones reiteradas de la Diputación, convocar Cortes estamentales el 11 de enero de 1795 para que se llamase al apellido (decreto de movilización general) y aprobase una aportación económica de Navarra a la guerra por importe de 170.000 pesos, de los que al valle de Roncal correspondió pagar 12.896.
El valido Manuel Godoy había comenzado pocos meses antes unas negociaciones secretas con Francia que condujeron a la Paz de Basilea (22 de julio de 1795), en la que una Francia exhausta por el esfuerzo bélico abandonaba Guipúzcoa y la parte ocupada de Navarra y recibía como compensación territorial la mitad occidental de la isla de La Española, lo que en la actualidad es Haití.
La defensa eficaz del valle de Roncal por sus moradores mereció el agrado de Carlos IV, quien el 13 de marzo de 1798, desde Aranjuez, firmaba una real cédula que concedía a los roncaleses añadir a su escudo un castillo, símbolo de la fortaleza, y el lebrel, que representa la rapidez en la acción; elemento incorporados desde entonces al escudo del valle.